
El odio a Vargas Llosa de un profesor universitario
Luis A. Fleitas Coya
Sin dudas. La muerte de Mario Vargas Llosa ocurrida el 13 de abril de 2025 en Lima, provocó en el mundo entero una oleada de comentarios variados, desde el ditirambo hasta las críticas más acerbas por sus posturas políticas, pasando por los elogios a su trayectoria literaria que es en definitiva en lo que descolló y por lo que merece ser homenajeado. En nuestro medio, bajo el título “Mario Vargas Llosa como problema. Reflexiones y miradas sobre el premio Nobel fallecido esta semana” en su edición del 17 de abril de 2025, La Diaria publicó tres artículos sobre el acontecimiento. Uno de ellos “Con el diario del lunes: cómo separar la vida y la obra de Vargas Llosa”, cuyo autor es Alejandro Gortázar, de quien el periódico informa que es investigador, editor y docente, y la página web Academia.edu, que es Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, y Profesor Agregado en el Departamento de Teoría y Metodología de la Investigación Literaria de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. En suma, un experto en letras; títulos no le faltan.
Algo extraño ocurre con este doctor y docente universitario. Uno esperaría en su artículo encontrarse con un pensamiento con cierto nivel de elaboración en un lenguaje que así lo denotara, sin embargo ya en el segundo párrafo incluye un muy vulgar lugar común expresando que va opinar “con el diario del lunes”, lo que podría haber sido algo que se le hubiera escapado circunstancialmente si no fuera porque a continuación, en el siguiente párrafo, lo vuelve a reiterar: “Es difícil escribir sobre Mario Vargas Llosa con el diario del lunes”. Y eso es solo el preámbulo. A continuación se descarga con el dislate que merece ser transcripto: “Odio lo que Mario Vargas Llosa representaba, su persona pública. Le di lugar a ese odio también. Lo odio en la medida en que se puede odiar a alguien que no registra nuestra respiración en el mundo. Lo odio en la medida en que se puede odiar a una persona pública. Pero no odio al hombre, al que ha muerto, al que ha dejado una familia, unos amigos, unos compañeros de trabajo, una larga obra literaria, ensayística, periodística, porque no conocía a ese hombre”.
Admitamos que se pueden tener todas las discrepancias del mundo con las ideas de Vargas Llosa, o con sus posturas u opiniones, o con sus recalcitrantes apoyos o simpatías hacia personajes como Keiko Fujimori o Javier Milei. Pero expresar un odio sin reservas, total, a la figura pública de un escritor, reiterándose la palabra odio de manera persistente y machacona en cuatro frases sucesivas, no puede más que llevarnos a concluir que estamos ante un verdadero discurso de odio –que por su propio contenido explícito exime de mayores explicaciones-, y que solo puede merecer repudio y rechazo. El discurso de odio tiene mucho de irracionalidad impulsiva cuando es proferido en ámbitos de agresividad desatada como en las patotas o las barras bravas, o incluso en los discursos incendiarios ante público y micrófono mediante; pero no es el caso. No cuando se trata de una manifestación de voluntad escrita que supone, en lugar de un grito alocado y sin barreras de contención psicológicas, un pensamiento que para ser vertido en palabras redactadas, impone reflexión y contención racional frente a emociones primarias e impulsivas. Gortázar no solo ha escrito lo que ha escrito; lo ha hecho de manera consciente y premeditada. Su formación universitaria suponía por definición una educación en la universalidad de ideas, en la pluralidad de pensamiento, estudiando y aprehendiendo el conocimiento de corrientes de pensamiento disímiles y antagónicas. Todo lo contrario al dogmatismo y al pensamiento unívoco, y por ende a la discriminación y al odio. La capacitación que brinda una universidad no solo es un derecho; implica por correlación un deber ético para todo egresado de estar a la altura de la formación recibida y de ejercer su profesión conforme al humanismo y al pluralismo universitario recibido, y se acrecienta aún más y exponencialmente si la profesión que se ejerce es la docencia universitaria, bajo cuya responsabilidad y guía se forman jóvenes. Por todo ello el odio de quien es un universitario y para colmo docente universitario, es inconcebible e injustificable. Y no es excusa que el odio no se trasmita en un aula universitaria sino en un medio periodístico, pues esa opinión irradia al público en general dentro del cual se cuentan también jóvenes y alumnos de la Facultad en la cual ejerce la docencia, de la Universidad de la República, cuyo prestigio menoscaba. Al autor le asiste el derecho de considerar que la figura de Mario Vargas Llosa le resulte repelente por los motivos que sean. Lo que no corresponde es utilizar un medio de prensa, abierto al público, para difundir y propagar odio. Es cierto que en la parte final del párrafo intenta matizar su exabrupto expresando que no odia a la persona Mario Vargas Llosa, pero la explicación que ensaya es pavorosamente aparente, pues dice que ello ocurre meramente porque no lo conoció, cuando en el propio artículo más adelante se encarga de dejar constancia de lo mala persona que a su juicio fue Vargas Llosa (“Para mi sesgo de confirmación hay varios recordatorios de lo mala persona que Mario Vargas Llosa fue…”). Que lo hubiera conocido o no personalmente resulta intrascendente pues desde ya que lo consideraba una mala persona. No hay fronteras entre el odio hacia la figura pública y el desprecio confeso a la persona Vargas Llosa. Terrible por donde se lo mire.
El resto del artículo, en consonancia con lo anterior, es de una petulancia pueril. Primero el autor debate consigo mismo, en una suerte de soliloquio sobre por qué tiene que escribir sobre el debate instaurado de si la obra del autor vale por sí misma o si la desmerecen sus posturas políticas, ya que esa discusión parece resultarle innecesaria. Ese debate del articulista con su propio yo, en realidad no le interesa a nadie, solo al propio autor; y si como parece, no le apetecía escribir la nota, lo mejor hubiera sido que sencillamente no la escribiera y nos ahorrara a los lectores sus dudas y desatinos. Pero el cronista sigue adelante. Para llevar a cabo su análisis, confiesa haber descargado de un sitio on line, un viejo libro del año 1970 con las participaciones de Óscar Collazos, Julio Cortázar y el propio Vargas Llosa, y sostiene: “No me pregunten por qué, pero desde el momento cero intuí que ese debate iba a poder decirnos algo sobre la muerte de Vargas Llosa, o más bien sobre o que la muerte de Vargas Llosa nos condujo a discutir el lunes”. Y agrega: “Así que inicié la lectura del librillo digital como si se tratara de un oráculo buscando respuestas. Y no me falló la intuición”.
La verdad es que los lectores sí nos preguntamos por qué un antiguo libro bajado de casualidad de una página web resulta ser de golpe el sancta santorum, la verdad revelada, un “oráculo” como dice el artículo, sobre las relaciones entre vida y obra literaria. Y la respuesta es sencilla y al alcance de cualquiera que lea la nota de Gortázar: su pomposidad solo encubre una notoria comodidad igual a la de cualquier chiquilín de liceo, de recurrir a internet para hallar al azar un archivo digital que ni siquiera conocía, en lugar de estudiar y buscar en bibliotecas la frondosísima literatura al respecto, como correspondía a un investigador, doctor en letras, y docente universitario. Las relaciones, vínculos, bifuraciones o grietas entre la vida de un escritor y su obra ha sido tratada vastamente desde Sartre (Qué es la literatura) y Susan Sontag (Bajo el signo de Saturno) hasta Umberto Eco (análisis sobre «Sylvie» y Gerard de Nerval en Seis paseos por los bosques narrativos) o Alicia Torres y Ana Inés Larre Borges (textos introductorios a Idea Vilariño. Diario de juventud libro), Mario Bendetti, (“Vargas Llosa y su perfil escándalo” en Letras del continente mestizo), y el propio Mario Vargas Llosa en dos libros en los que justa y exactamente aborda y trata el tema de manera magistral, La orgía perpetua y el estudio de los vínculos entre la ficción de Madame Bovary y la vida de su autor, Flaubert, y Un viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti en que también analiza de similar manera la obra y la vida del escritor uruguayo. Por lo menos, para, desde un marco teórico fundamentado sobre una cuestión tan tratada, elaborar un pensamiento crítico y escribir un artículo con dignidad y que valiera la pena.
Al finalizar la lectura además uno se queda con la duda. El artículo no solo no alude siquiera a los luminosos ensayos referidos del escritor fallecido sino que tampoco hay una sola mención a cualquiera de sus libros, ni una cita o comentario de o sobre cualquiera de sus textos. ¿Además de realizar un discurso de odio gratuito, y de escribir de mala manera y sin fundamentos, habrá leído el articulista algún libro del autor peruano? ¿Será esa la explicación del infortunado artículo, aquello de que muchas veces el odio es el fruto retorcido de la ignorancia y el desconocimiento?
Imagen: Auguste Rodin. Mano en tensión.