
Tongo
146
A 146 km/h la realidad comienza a distorsionarse. Árboles, alambrados, pastos, postes, líneas telefónicas, líneas de señalización, empiezan a sucederse mucho más vertiginosamente a la vera de la ruta y algo en el tiempo parecería haberse alterado. Se sabe que el tiempo no es absoluto y que depende de la velocidad, pero también que a escala cotidiana o de la vida humana los cambios son imperceptibles; tampoco, porque a mayor velocidad el tiempo se enlentecería y la sensación es la contraria. Le parece que pudiera ver lo que no conoce, o es tal vez su imaginación que se le ha acelerado y atisba cosas que vendrán, una realidad nacional que se torna alucinante. De golpe y porrazo, de buenas a primeras, todos, periodistas, economistas, contadores, políticos, empresarios, resultan avezados conocedores del esquema Ponzi, sus matices con las estafas piramidales, las inseguridades de inversiones fulgurantes sin respaldo ni garantía de cumplimiento alguno, y la inviabilidad de inversiones que proponen altas tasas de rentas fijas a partir de negocios como el ganadero, con extremos índices de variabilidad y riesgos: epidemias, sequías, oscilaciones de precios y de exportaciones, disponibilidades o no de campos de pastoreo y engorde, y un largo etcétera. Nadie lo decía, pero ahora él los ve, todos lo están diciendo. La lástima, piensa, es que esa clarividencia y sabiduría no se evidenciara antes sino recién después de la estrepitosa caída de los llamados fondos ganaderos iniciada por el derrumbe de un primero, seguida por el de un segundo, y que culminará con el más estruendoso de todos, el del tercero, que, él lo sabe, sobrevendrá.
147
Ahora siente que está a punto de volar por la ruta, que el auto en cualquier momento despegará del suelo. El marcador de velocidad sigue subiendo, 147 km/h, pero no se asusta. No, qué va. Es uno de los autos más caros y más seguros del mundo, y él tiene miles y miles de quilómetros transitados por esa ruta. Todo lo conoce, todo lo domina. Lo único es que sigue pensando también a una velocidad que lo confunde, y que además lo lleva a una sinceridad desconocida, la más absoluta, consigo mismo, mientras el mundo se desliza ante sus ojos a una aceleración de vértigo. Uno de los casos más penosos será el de uno de los más prestigiosos periodistas del país, que cobijó en su programa radial a uno de los principales causantes de la debacle, quien bajo un aura de brillante empresario y gurú rural dictó durante años a través de las ondas radiales, rutilantes conceptos sobre economía, libre mercado y empresa privada, cargados de arrogancia y con una muy endeble base de lugares comunes y liberalismo económico de bolsillo. Ello, junto al desprecio por lo estatal y a su importancia para la sociedad, tolerados y hasta festejados. Y para colmo –él bien lo sabe- en el marco de un aceitado marketing dirigido a captar depositantes que engrosaran sus arcas. ¿Que no fue así? Por favor, que no le vengan a él con macanas. Todos, unos tras otros, los pilares que sustentaban el negocio eran anzuelos. Lo eran las altísimas tasas de intereses que se pactaban en favor de quien invertía el dinero en dólares, tasas que llegaron a ser del 12 o 13% anual en su mejor momento, y que aún hasta el final oscilaban en el 7, 8 o 9%, y que no solo no guardaban relación alguna con el 2 % que paga el sistema financiero a los depósitos en dólares, sino tampoco con la tasa de rentabilidad del propio negocio ganadero que ronda en el 3%, con suerte. Lo era también el carácter fijo de esas tasas de intereses, independientemente de los avatares del negocio ganadero, como ya señaláramos. Lo era el propio esquema negocial propuesto, de inversión de dinero para comprar ganado para engorde o recría y para revender, o para la llamada capitalización de ganado, y alguna otra modalidad similar, todas las cuales presuponían que el inversor aún sin ningún conocimiento de temas agropecuarios ponía el dinero y luego se desentendía de todo lo demás: cuidado de los animales, pasturas, engorde, cría, remedios y curas, traslados, comercialización, que corría por cuenta y riesgo del tomador del dinero. Lo era así mismo la entrega de guías y marcas de DICOSE al inversor que supuestamente le aseguraban la propiedad del ganado en el que invertía, pero que en realidad no significaban nada, ya que como se ha sabido en los últimos tiempos, esas guías contenían declaraciones falsas de ganado inexistente total o parcialmente, y la famosa trazabilidad a través de caravanas era una ilusión pues las caravanas se guardaban en un cajón. Lo era de igual modo, la teatral puesta en escena que se le hacía al interesado en invertir dinero, a quien ellos, los mismísimos dueños, recibían en sus oficinas para primero pintarles su negocio como el paraíso terrenal para la inversión, y después poner un inesperado bloque de hielo para congelar sus expectativas: había demasiados inversores y por el momento no había cupo para nuevos ingresos, debían quedar anotados en una lista de espera. El efecto era que el interesado salía maravillado de la reunión convencido de estar ante un negocio tan pero tan bueno que la gente se agolpaba para poner dinero, y que lejos de pedirle al interesado que colocara su dinero ya, le decían que debía esperar; claro que poco tiempo después milagrosamente el cupo aparecía y era convocado para invertir. Pero la puesta en escena funcionaba a la perfección y no se agotaba ahí porque después de colocar el dinero si el inversor quería ir a verificar el ganado que había comprado, había casos como el de un Fondo que organizaban excursiones en el que le mostraban establecimientos rurales con espléndido ganado, que por supuesto era el mismo que luego le mostraban sucesivamente a otros inversores; y en el caso de su Fondo, como los campos donde se alojaba el ganado quedaban en los lejanos Artigas y Rivera, eran escasos los que emprendían la aventura. Además en definitiva, desconociendo todo sobre animales, ¿ir, para qué? Era mucho mejor y más cómodo confiar en ellos, gente de apariencia tan respetable.
148
Pese a no estar nervioso sigue sin poder evitar mirar la pantalla. 148 km/h. El día es tan claro que los rayos de luz parecen despedazarse a través del parabrisas, y por momentos la luminosidad lo encandila. Sabe que hay alrededor de siete mil inversores entre los tres Fondos en picada, y solo en el suyo, unos cuatro mil quinientos. ¿Puede hablarse de tantos miles de incautos o ingenuos atrapados en las redes del engaño? Difícil; puede ser que en algunos casos se haya dado esa hipótesis, pero las más de las veces es seguro que las personas que manejan esa capacidad económica –su Fondo exige un mínimo de U$S 15.000 para la inversión- no pecan de ingenuidad. La luminosidad que casi lo ciega lo hace ver en un instante que un avezado periodista sostendrá con razón que el problema es que en los círculos sociales en los que se movían y a los que llegaban ellos, los dueños de estas empresas, estaban muy bien vistos como “gente bien”, es decir, tenían un perfil de blancos (pertenecientes a las filas del Partido Nacional, siempre vinculado al agro), católicos, pertenecientes a familias de arraigo rural o con larga vinculación con el campo y los negocios rurales, amén de tradicionales, positivos y con familia con varios hijos. Es claro que era así, y que tal como dirá el periodista en sintonía con el periodismo en general, eso era lo que generaba la confianza suficiente como para que la gente de élite invirtiera y tras ellos muchos más. La explicación suena convincente y tiene parte de veracidad; pero él está obligado ante sí mismo a decirse la verdad, y no es suficiente para explicar lo ocurrido, ni el desmesurado volumen de las inversiones que ascendieron a tantos centenares de millones de dólares, ni la falta de atención a las alarmantes señales que debieron sonar muy fuertes en los radares de gente con mucho dinero y asesoramiento a su alcance. En una empresa que manejaba centenares de millones de dólares no había balances (rectius: los únicos que había eran puramente formales para presentar ante la Auditoría Interna de la Nación y no tenían contacto alguno con la realidad ya que en ellos figuraban activos y pasivos muy inferiores a los que se manejaban, de entre tres y cinco millones de dólares), alguna gente que intentó verificar por sí –fuera de los tours de visitas programados- la existencia y estado de su ganado solo encontró algunas vacas flacas, descuidadas y en mal estado, otros que ante dudas intentaron la verificación de las guías, caravanas y declaraciones directamente ante DICOSE, se encontraron con un panorama desolador: o el ganado no existía, o su número era mucho menor; las charlas que ellos daban en reuniones grupales con los inversores estaban llenas de lugares comunes y cuestiones muy genéricas como la pandemia, la aftosa, la sequía y más sequía, la nobleza del ganado uruguayo, la “confidencia” de que el secreto es conseguir más inversores en toda la cadena productiva, que iban a vender el mejor ganado del Uruguay, la inminencia de fabulosos negocios con China y Estados Unidos, o que el campo siempre es la mejor inversión porque a lo largo de la historia su valor siempre va en aumento. En fin, explicaciones de tahúres de feria para embaucar, pero ni una sola referencia a números concretos, a estado de las finanzas de la empresa, ni a otros elementos que hicieran ver un análisis serio y detallado del flujo negocial y mucho menos información certera y precisa. ¿Por qué entonces tanta gente arriesgó y en tal volumen? La codicia, amén de pecado bíblico, es un deseo generado en la estructura psíquica con el que hay que aprender a convivir con mucho cuidado, y del que las más de las veces conviene huir despavorido, él más que nadie puede certificarlo. Era demasiado atractivo ganar un suculento interés sin hacer nada, poner al inactivo dinero a producir en gran forma, en fin, alejarse de los burocráticos y amodorrados Bancos con sus tasas de interés ínfimas. Lo que hay que reconocerles a ellos, los dueños de esos fondos ganaderos tomadores de dinero, es justamente su habilidad para despertar la codicia que suele encandilar al sujeto y anular toda suspicacia. Pero de todos modos, que esa sea la verdadera razón que explica tantos desatinos en la colocación de dinero, en modo alguno sirve para culpar a los inversores, que en definitiva solo han sido víctimas de ellos, los verdaderos perpetradores de una señora estafa generalizada y gigantesca que calza como un guante en la adecuación típica del Código Penal: estratagema o artificio para engañar y procurarse un provecho propio o ajeno.
149
En un vehículo cerrado, blindado, con todas las comodidades para viajar aislado del frío, el viento, y de todas las inclemencias del tiempo, es difícil comprender que todo zumba alrededor del bólido que atraviesa repechos, sierras, llanos, brillando al sol como una lámina acerada inmutable. Encerrado en esa cápsula que perfora el espacio, también le parece a él llevarse por delante el tiempo a 149 km/h. Y piensa en la estratagema, el contrato ganadero, utilizado como herramienta para el artificio que producía el engaño, pues claro que el dinero invertido no era destinado para el fin convenido, cuestión de la que el inversor jamás se enteraba y se le ocultaba. Al punto tal que no solo servía para engañar al inversor, sino también al propio Banco Central del Uruguay, dado que cuando esta institución envió inspectores para dilucidar si se trataba de una actividad financiera ejercida de manera ilegal y sin autorización ni control, los fondos exhibieron los contratos ganaderos como prueba de que se trata de una actividad ganadera y no financiera. E incluso ello llevó al BCU a sacar un comunicado público advirtiendo a la población en general y ahorristas en particular, que esos negocios ganaderos que se publicitaban de manera masiva para captar inversiones, no eran controlados ni fiscalizados por el Banco. Pero qué poco controlaba y fiscalizaba el Banco. Era indudable que hubo una maniobra dolosa, pero también que era fácilmente detectable si se hubiera investigado el destino de las inversiones y la ruta del dinero. El Banco Central del Uruguay bien pudo calificar la actividad como financiera y no ganadera, y por ende controlarla y evitar la debacle generalizada. De pronto en su extrema lucidez ve que el Presidente de la Bolsa de Valores de Montevideo, Ángel Urraburu, se va a referir a algo que estuvo siempre sumergido en las sombras más oscuras, tras un velo impenetrable: el lavado de dinero. En diversas entrevistas Urraburu dirá que como no solo no se realizaban balances sino que ni siquiera se controlaba el origen del dinero que se invertía, jamás se sabrá la cantidad de dinero proveniente de actividades ilícitas que se habrá lavado con total impunidad. Nunca, sí, es cierto, pero bien que se podía deducir fácilmente, no solo de la falta de control del origen del dinero, sino también del hecho que no solo se captaban inversores uruguayos, sino de Argentina, de Estados Unidos, y quién sabe de cuántos otros países, desde donde perfectamente podía venir dinero sucio huyendo de los controles nacionales. Esta es una sombra terrible que se cierne sobre los fondos ganaderos, él lo sabe, y que tal vez explique la exorbitancia de las sumas que se manejaban. ¿Nadie advirtió que la forma de integración del dinero invertido que se establecía en la cláusula 2 del contrato, no señalaba un número de cuenta individualizado para la transferencia y se consignaba que la integración se había hecho con anterioridad a la firma del contrato, es decir que seguramente la integración de una parte inmensurable de las enormes sumas de dinero se realizó en efectivo, factor indiscutible de posibilidad de lavado de dinero?
151
A esta velocidad, 151 km/h, se pregunta uno tantas cosas. ¿Está en una dimensión temporal creada por el deslizamiento extremo, más allá de la vida, del presente? ¿Qué le sucede, está haciendo un balance de todo, él, justamente él, alérgico a balances y contabilidades que desnudaran orígenes, destinos, desvíos? ¿Cuántos de esos centenares de millones de dólares en danza se aportaron a la reciente campaña política?, ¿pueden ocultarse los connotados vínculos con un partido y una lista, especialmente con un senador que en declaraciones públicas reconocerá que recomendaba la inversión en el fondo ganadero? Está al alcance de todo el mundo pensarlo, ¿cómo no ha sido dicho?, la falta de transparencia en la financiación de los partidos políticos debería inducir a dudas y preguntas. Y pensando en faltantes y activos, atisba allá a lo lejos como una llamarada quemante que se refleja en los cerros, fotones, ondas acústicas que vienen no sabe si de su yo más íntimo, de su excitada imaginación, o simplemente de lo que vendrá, que un contador será designado auditor de última hora por el Fondo y que concluirá no solo que no hay balances ni contabilidades ni constancias de nada, y por tanto que es imposible realizar una auditoría. En base a dichos del otro dueño del Fondo sostendrá el contador que el faltante estaría situado entre los 230 y los 250 millones de dólares, y que el activo de la empresa serían 150 millones de dólares de los cuales 100 millones de dólares serían en cabezas de ganado. La explicación será pueril, inaudita, pues los 100 millones de dólares en ganado, de existir, no son propiedad del Fondo sino de los inversores que según los contratos habrían comprado los animales. Por lo cual, a la muy débil y cuestionable fuente de la información que manejó el contador habría que sumarle la manipulación infame de las cifras, seguramente también atribuible a su socio informante (a quién no tiene por qué no creerle, dirá el contador). Es tan descomunal lo que se presenta ante él, falta de información veraz, números en el aire, cifras falsas, que ahora sí le parece marearse y no soportarlo. Y eso no es todo. Siente que la náusea lo invade cuando advierte que saldrá a luz que ellos, tan devotos, no tuvieron escrúpulos en hacer caer en la rodada también a una Diócesis, al propio cura con el que comulgaba, y a las monjas de una Congregación, con centenares de miles de dólares.
154
Aturdido, piensa que la verdad es que al cóctel no le falta nada y afirma con fuerza las manos en el volante. Mantener el rumbo pese a todo, mantener el rumbo pese a todo, se dice. No es nada descabellado el susurro que se le impone. Un instante, una leve alteración y el fin; está dentro de lo posible. Siempre lo ha pensado en lo más recóndito de sí mismo, no puede ocultárselo. Pero ha hecho el trayecto tantas veces, y el bólido siempre le ha respondido como lo que es, uno de los vehículos más famosos del mundo, con cinco estrellas en seguridad. Él ya sabe desde hace mucho tiempo qué es lo que va a pasar, y también sabe que hay dueños del dinero que no son personas de concursos ni de acciones civiles ni penales, que seguramente no lograrán resultado alguno excepto los poquitos activos que se puedan ejecutar y que solo darán para resarcir de manera muy magra a los damnificados. Esa gente ya está informada de que nunca va a cobrar lo que invirtió y son el tipo de acreedores que se cobran de otras formas. Él lo sabe. A 154 km/h va en una flecha que no puede fallar, empujada hacia adelante, ¿hacia dónde? ¿Bastaría un gesto impúdico que lo sacara de todo, que todo cesara? Algo tiembla ante sí, algo no se corresponde con lo que debería ser, algo impreciso, desajustado, mórbido, ¿son sus nervios que se han deshecho, se ha deshecho algo en la hiper testeada computadora que comanda el auto? En un instante la realidad parece quebrarse, girar en un sentido imposible. Quiere evitar, quiere estabilizar, quiere dominar, pero de pronto se da cuenta que ya es tarde. Nada puede ya ser evitado, ni estabilizado, ni dominado y se inicia la larga frenada.
0
Un libro, una palabra. El libro, la gran novela de Juan Gruber, “Así habló el cambista” (1979), a la cual nunca se le ha dado el lugar que se merece en la narrativa uruguaya -salvo su fugaz relanzamiento en ocasión de la también muy buena película homónima de 2019, dirigida por Federico Veiroj y basada en el libro-, que tanto tiene que ver con los negocios riesgosos y engañosos. También allí se describe minuciosamente el descenso a la degradación moral y criminal del cambista del título enfrascado en negociados cambiarios, préstamos ilegales, y lavado de dinero, tras la fachada de una prestigiosa Casa de Cambios de la Ciudad Vieja. Una obra absolutamente imprescindible y recomendable. Por supuesto que para las víctimas de estos negociados, todo es una tragedia, más no se crea que lo es para los autores de las maniobras. Una de las grandes singularidades del libro es el desparpajo del narrador en primera persona, un rasgo tan distintivo que hace al punto de vista elegido por Juan Gruber. El protagonista, ese cambista avispado, sagaz e inescrupuloso que cuenta su historia, lo hace abarcando todos los ámbitos de su vida personal, de su familia, de su ámbito laboral y profesional y de la sociedad en general, sin ningún tapujo ni resquemores, dejando al descubierto lo bueno y lo peor de su vida y de su propia personalidad. Es casi una odisea infrecuente de sinceridad que quien narra, el propio protagonista, acometa los hechos con tal franqueza, al desnudo, sin autocensura, sin complacencias. Parece en cambio decir en todo momento, soy así y punto, en una suerte de autenticidad deliberada que atenta contra cualquier sustento ético, que este peculiar personaje no busca. Y al mismo tiempo que el hilo narrativo hay otro hilo conductor que cruza toda la novela, que son las reflexiones sobre la profesión de cambista, y sobre los avatares económicos de las personas, de la sociedad y de los gobiernos, y el ensamble funciona a la perfección porque esas reflexiones llenas de sarcasmos e ironías, se van entretejiendo con los acontecimientos exactamente con el mismo tono. Vía streaming resuenan las declaraciones del otro socio, de que ante el derrumbe del Fondo ganadero y a sabiendas de que le había arruinado la vida a cientos, miles de personas, no tiene problemas económicos sino morales, es decir solo problemas con su propia conciencia, así como declarándose ignorante de los manejos financieros y culpando a un muerto –su socio- que obviamente no puede desmentirlo, y otras declaraciones suyas que salen a luz: su personalidad era para descollar en la vida, o como el mafioso más conocido de la historia o como quien él era -realizando estos negocios-, y parece que hablara nuevamente el cambista. Sarcasmos, ironías, el mismo canchero insoportable. Un abogado de un grupo de inversores hace público un contrato de inversión con fecha postrera a la muerte de uno de los socios firmantes por el Fondo ganadero; otro tanto hace otro abogado de un diferente conjunto de damnificados, revelando la existencia de varios contratos que también aparecen firmados post mortem.
La palabra, una vieja palabra del lunfardo. Tongo. Flor de tongo.