Algo insensato e inesperado nos golpea
Luis A. Fleitas Coya
Por lo general escuchar hablar u opinar de poesía me produce dos sentimientos igualmente repudiables: uno, un abatimiento mortal por el lugar común y las macanas, y otro, un furor irrefrenable contra desvaríos y trivializaciones, una de las peores, aquella de que la poesía está en todos lados o que todo lo ilumina, una auténtica abominación de su sentido y de lo que la poesía es en sí misma.
En realidad la poesía no tiene nada que ver con esas vagas y generalizadoras pretensiones fotónicas. Es, afortunadamente, un hecho estético mucho más específico, algo insensato y aislado que nos sorprende y nos perturba, por lo general de manera súbita, en medio de un texto:
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
Marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Solo quiero un descanso de piedras o de lana,
solo quiero no ver establecimientos y jardines,
ni mercaderías, ni anteojos ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y de mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Estas dos cuartetas seguidas del terceto que van descendiendo hacia el lector con su grave contundencia, inauguran la primera parte de uno de los poemas más hermosos de Pablo Neruda, Walking Around, de uno de sus mejores libros -si no el mejor-, Residencia en la tierra.
Los versos nos impactan de primera y nos tocan en nuestras fibras más íntimas porque a nosotros también nos ha invadido esa sensación y nos reconocemos en esa letanía. ¿Pero qué significan? ¿Es posible que el escritor, Neruda, se hubiera cansado de vivir, que estuviera estado deprimido o al borde del suicidio? Nada de eso, el Premio Nobel chileno era un mítico gozador de la vida, gustador del vino, de la buena comida, del buen amor. Por otra parte, la condición de ser humano es algo de lo que nadie puede abdicar; es lo que somos. ¿Qué es lo que quisiera decir el poeta entonces? En la segunda parte del poema el autor parece aclarar que de lo que se trata es de huir de la rutina, de las formas sociales, de la adustez racional:
asustar a un notario con lirio cortado
dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.
Y sigue: No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas/ (… ) No quiero para mí tantas desgracias/ (…), hasta el cierre: (…) paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,/ y patios donde hay ropas colgadas de un alambre,/ calzoncillos, toallas y camisas que lloran/ lentas lágrimas sucias.
Todo el poema es magnífico. Sin embargo algo en su decurso ha perdido, pues la emoción que subsiste a la lectura, que subsiste a los años y que nos queda prendida para siempre, es esa primera y memorable parte en la que el poeta nos revela el inexplicable cansancio de ser hombre para el que no tenemos respuesta y que los versos iniciales nos arroja a la cara como una bofetada.
Borges afirmaba que la emoción que suscitan determinados versos es por completo independiente de quién los escribió. El poema subsistiría por sí mismo sin importar su autor ni su época. Simplemente en su ser tal cual es nos emociona y nos causa el goce estético.
Lo dijo en la hermosísima conferencia “Qué es la poesía” dada en el Teatro Coliseo de Buenos Aires el 13 de julio de 1977, que afortunadamente se puede escuchar en Youtube (https://youtu.be/O4t8gafps3A). Recita casi sobre el final tres plegarias de remeros fenicios del siglo I, que luego revela que los sacó de un cuento de Kipling, The manner of men (del libro Limits and renewalls, en la edición en español, Límites y horizontes el libro, y Clases de hombres, el cuento), y confiesa que no sabe si se trata de versos del original fenicio traducidos al griego y luego al inglés y transcriptos finalmente por Kipling, o de invenciones originales de Kipling; y, dice, no importa, porque ya los remeros fenicios han muerto, ya Kipling ha muerto, pero esos versos nos siguen emocionando por igual.
Nuestra lógica racional nos dice que el argumento de Borges tiene el enorme atractivo de su sensibilidad y agudeza literarias, pero que es temerario: falla por la génesis. Si no hubiera habido un hombre o varios que escribió o escribieron esos versos en el siglo I después de Cristo, o Kipling en el siglo XX, las plegarias no hubieran sido escritas jamás; no existirían. Es más, porque un hombre fue capaz de pensarlos, idearlos, sentirlos y escribirlos, es porque están ahí, y esa existencia es inescindible de su creación. Contrariamente a lo dice Borges, debería honrarse por igual al poema y al poeta.
La paradoja de su postulado es que el poema podrá emocionar independientemente de su autor, pero esa emoción no existiría si el poeta no hubiera existido. Si el poema no existe (hagamos la suposición teórica pues es imposible imaginar la nada poética), menos aún puede causar emoción estética alguna.
En la misma conferencia Borges afirma que simplemente deben leerse los textos, los poemas, sin preocuparse el lector por introducciones, críticas ni comentarios, pues al final y al cabo, dice, Shakeaspeare nada sabía de literatura shakeaspeareana. Hagámosle caso, leamos un poema, el suyo, A un poeta sajón. Luego de evocar el arquetipo del poeta sajón, su vindicación de la guerra y de la espada, de batallas épicas ya olvidadas, y su creación de palabras solo evocadas hoy por especialistas y germanistas, el poeta, Borges, dice:
Hoy no eres otra cosa que mi voz
cuando revive tus palabras de hierro.
y entonces a continuación escribe esta estrofa final:
Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres.
¿Habla ahora el poeta sajón en primera persona, o está hablando el poeta contemporáneo, Borges, que concluye su poema pidiendo que aunque su vida y su nombre sean olvidados no lo sea su obra? Parecería no ser osado afirmar que el mérito del poeta es lograr que inadvertidamente ambas voces se hayan fusionado en una sola que nos golpea con la finitud de la vida, con el fatal olvido que sobrevendrá, con la belleza de algún verso que pueda sobrevivir.
Larga vida al poema, larga vida al poeta que vive en él.