
Una poeta se atreve. Del modernismo a la poesía contemporánea.
Receta de anhelos de María Paola Bagnoli, Ediciones del Rincón, 2024
Luis A. Fleitas Coya
¿Cómo enfrentarse a un poemario contemporáneo con tales huellas de modernismo? La típica apelación a seres de la mitología como Ícaro (“Cinco elementos”), Cronos (“Con mi reloj de arena”), Temis (“Callejón sin salida”), Hermes (“Abismo”), remiten a Rubén Darío, Juana de Ibarbourou y hasta Delmira Agustini, e incluso una clara reminiscencia a Herrera y Reissig en las referencias a la rueca (“Patchwork”, “Mi bella durmiente”), versos que cantan bella y armónicamente (Jazmines del aire/entre blancos lirios/surcan el verano/tiempo embellecido, “Cuando el río suena”), todo conlleva a una estética de principios de siglo XX de claro arraigo por estas tierras, aunque ya por entonces hace cien años o más la poética mundial estuviese virando hacia otros rumbos. La poderosísima voz de Walt Whitman, del propio Baudelaire, de los poetas surrealistas con su apelación a la escritura automática y al inconsciente, de los rusos como Maiacovski y su épica futurista, incidieron para que la poesía en general y la latinoamericana en particular evolucionara hacia nuevas tendencias con César Vallejo, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Lezama Lima, Leopoldo Marechal, el mismo Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik, Octavio Paz, Roque Dalton, o Drummond de Andrade. Sin embargo a la poesía uruguaya le costó desprenderse de la poderosa fuerza del modernismo y sus ecos, que había producido tanta poesía y de tan alta calidad. La renovación recién vino hacia los años 50 y 60 del siglo XX con poetas como Juan Cunha, Sara de Ibáñez, Amanda Berenguer, Circe Maia, Ida Vitale, Idea Vilariño, Humberto Megget, Liber Falco, el Benedetti de Poemas de oficina y tempranamente Cristina Peri Rossi, con tal fuerza que todo lo que vino después, desde Marosa Di Giorgio a Eduardo Milán, confirmó el nuevo rumbo.
Por eso es que leer hoy en día poesía uruguaya de corte modernista como la de Receta de anhelos, resulte un tanto extraño. Sin embargo y simultáneamente, como ya he escrito en alguna parte y reitero aquí, el hecho estético poesía, esa construcción formulada con palabras con tal grado de complejidad combinatoria que provoque conmoción en el lector, no admite fórmulas sagradas y para ello puede seguirse el canon que otras generaciones anteriores han trazado, seguir el de las actuales o crear nuevos patrones. No importa el modelo que sigamos, desde la forma poética que proviene de la más remota antigüedad conocida de poesía escrita, aquella en la que se versificaba siguiendo combinaciones de sílabas largas con sílabas cortas como en la poesía homérica, repitiendo letras en las palabras sucesivas como en las aliteraciones de la poesía anglosajona, o unciéndose el yugo de las férreas cadenas del número de sílabas y las terminaciones consonantes o asonantes de los versos de la lengua castellana, o incluso la forma más moderna de la libertad poética, el verso libre. Desde el apego exclusivo a la sonoridad de las bellas formas hasta el contenido más profundo en desmedro de las cuestiones estructurales, nunca ha estado tan bien representada la eterna disyuntiva entre forma y sustancia como en la poética. Los poemas de este libro de María Paola Bagnoli, “Perlas de río”, “Cuando el río suena”, “Patchwork”, “Mi bella durmiente”, “Acordes suspendidos”, “Racimos, “Remolino”, “Silenciosa batalla”, aquellos que abrevan en el maravilloso modernismo rubendariano, logran trasmitir ese trino rítmico inigualable, principalmente a través de cuartetas, sonetos, décimas, como repiqueteos de palabras, en su metro, en su ritmo y en su rima. Y cuando esa sonoridad etérea, esa belleza de la forma que también es la poesía por más ajena o fuera de época que sea, logra además sensibilizar en ciertos pasajes por su contenido, el de una voz íntima y propia que tras las formas nos está gritando desde la subjetividad, entonces allí podemos atisbar una poesía mucho más auténtica que habla de una búsqueda de sí misma y de liberación. Así, en “Renacimiento”, la recurrencia al espejo por parte de la poeta, a diferencia del horror de Borges ante los espejos por la multiplicación de la persona, constituye un punto de partida o parteaguas de separación de la imagen infantil colocada ante sí (“mi alma tierna”, “mi ser inmaduro”) para asumirse como alguien diferente aludiendo a un rechazo del sendero que le era impuesto (“aquella senda que me era deseada”): “alcé mi coraje, quebré la cadena/tomé rienda firme de audacia arriesgada”, “torcí mi destino, valiente cruzada”. “Mutatis mutandi” habla también de la superación de una relación opresiva: “Tanto tiempo entre ráfagas de viento/he perdido viviendo vida ajena,/escuchando a tu ser que me encadena/tanto tiempo en un tórrido lamento”. En “Remolino” se revela la voz acallada a la que aludía el poema anterior, la poesía, los poemas, que enmudecidos pujan por salir a luz: “Poemas que duermen/en mi piel serena/agua de remanso,/agua de ultramar./Agua de recuerdos/yace enmudecida/más mi voz oculta/clama por cantar”.
Pero la poeta de verdad se revela en todo su esplendor cuando la autora -a fin de cuentas una poeta de nuestro tiempo- se libera del encorsetado rígido de formas y antiguos estilos y se lanza a las aguas de la poesía contemporánea. Esta poesía, de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, despojada de ripios, mitologías, alegorías, alejada de los malabarismos del lenguaje por el lenguaje en sí, que ancla por sobre todo en la condición humana, su cotidianeidad metafísica, su desgracia o su esplendor, sin mayor épica, y cuyos orígenes pueden rastrearse en poetas magistrales del siglo XX como Fernando Pessoa, Cesare Pavese o Wislawa Szymborska. Es el caso del excelente poema que da título al libro, “Receta de anhelos”, en el que los versos estructurados cual receta de cocina, van amalgamando ingredientes (tazas de harina blanca, miel, pizca de sal, azúcar moreno, claras montadas a nieve, toque de canela, espesor del chocolate), con las urdimbres del lento amor (labios, dedos entremezclados, tardes de siesta y lluvia, cuerpo tibio, enredo en el cabello, alguna lágrima, ojos cristalinos, sueños diáfanos, la memoria, el clamor por la vida y el desprecio del miedo, despertares, impulso, coraje), y todo al horno. Una belleza de canto al amor y a la vida. En igual sentido también merece mención especial “Entre sangre y lágrimas”, que como en “Lavorare stanca” de Pavese, va describiendo una realidad, los peces brillantemente rojos en el estanque que bordea las aulas, estudiantes escuchando distantes profesores o soñando grandezas distantes, el gato negro que jamás enfrentó a los peces, la “casa bendita” con “agujeros de paredes de hielo, maderas carcomidas, mármoles de sepultura”, mientras que velado, apenas sugerido, subyace el verdadero y profundo sentido del poema. Aquello aludido en un verso perdido entre la descripción -“ilusiones desperdigadas”-, que devela una angustiosa desazón, el choque de los sueños sumergidos en los antros umbríos, las ilusiones que vuelan lejos. Las imágenes de aulas como agujeros, paredes de hielo, maderas carcomidas, mármoles sepulcrales, revelan un extraordinario poder de síntesis y un sutil manejo de la metáfora inserta en los detalles descriptivos. Un texto cuasi narrativo pero de una profundidad poética conmovedora, sobre todo para quienes al igual que la autora también transitamos por los pasillos desolados, las aulas y el estanque de peces rojos de la Facultad de Derecho, y también sentimos en el alma el frío marmóreo pulverizando sueños y deseos.
El libro está compuesto por tres partes, las dos primeras integradas por poemas compuestos para el trabajo de finalización del Máster de Escritura Creativa cursado en la Universidad de Salamanca, referirían a la Justicia y al Tiempo respectivamente según explica la autora en el prólogo, así como que la tercera parte es un agregado de poemas que también refieren a la misma temática. Como siempre en todo libro la explicación cuenta, pero mucho, mucho más, el contenido de sus versos, aquellos en los que la autora, dueña ya de sí misma y despojada de lastres, se atreve y se lanza a navegar por riesgosas aguas personales y creativas -sin metros, sin rimas, sin hormas- pero con talento y con luz propia.