Sueños y finales inciertos
La muerte tendrá tus ojos de Mercedes Rosende
Tusquets Editores, 2022
Luis A. Fleitas Coya
La Chacrita, marzo 2023
Nacida en Montevideo en 1958, Mercedes Rosende ejerció su profesión como escribana de forma independiente durante 30 años (y medio, acota Mercedes) hasta su jubilación, tiene una Maestría en Políticas de la integración por la Universidad de Montevideo, y como experta en procesos electorales en la OEA participó en más de 40 misiones en el continente americano. Simultáneamente fue desarrollando una ascendente carrera literaria desde un inicial premio en un Concurso de la Facultad de Derecho por el cuento El último tren al olvido, obtuvo luego el premio en el año 2003 en el Concurso de la Intendencia Municipal de Montevideo por Demasiados blues, relatos publicados en el 2005, el Primer Premio de Narrativa del Ministerio de Educación y Cultura en el 2004 por la novela La muerte tendrá tus ojos publicada por primera vez en el 2008, el Primer premio en el Concurso de Cuentos del Festival Buenos Aires Negra y la Semana Negra de Gijón en 2014, por el cuento Ceremonia, y el Premio LiBeraturpreis en Francfort en 2019 por la novela El miserere de los cocodrilos.
En sus últimos libros ha tenido especial destaque su personaje Úrsula, protagonista de la trilogía Mujer equivocada, El miserere de los cocodrilos, y Qué ganas de no verte nunca más -integrante de la short list para el Premio Violeta Negra de Touluse, Francia-, libros que han sido éxito de ventas en Alemania, España e Italia, además de por estos lares. En el 2020 publicó Historias de mujeres feas, y actualmente está radicada en Ortigueira, España, “donde llueve como llueve en Galicia”, como dice la propia Mercedes.
La muerte tendrá tus ojos reeditada por Tusquets Editores en el año 2022, obtuvo el Primer Premio de Narrativa del Ministerio de Educación y Cultura en el año 2004 y fue publicada por primera vez por Editorial Sudamericana en el año 2008.
La reciente edición tiene el mérito de publicar la novela con su contenido original, que el primer editor había recortado por considerar demasiado extensa. La lectura de la novela en su actual formato pone en evidencia una vez más el extravío del viejo, consabido y cuasi monárquico postulado de las editoriales, aquello de “publicamos pero recortamos” -que el escritor debe soportar-, porque La muerte tendrá tus ojos mantiene su interés sin decaer a lo largo de sus actuales 396 páginas y 79 capítulos, y si algo le sobra es agilidad y amenidad.
Esta novela, que lleva por título parte de un verso de uno de los poemas más conocidos de Cesare Pavese (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos), es una novela montevideana por excelencia y se desarrolla en escenarios como el Parque de Villa Biarritz en Punta Carretas, o Punta Espinillo en la zona rural del oeste de Montevideo, al punto que una de sus escenas, una clásica persecución en auto, sigue el periplo 21 de Setiembre, Bulevar Artigas, Luis Alberto de Herrera y General Flores.
Narrada en primera persona, desde el punto de vista de la protagonista Lía Lamas, abogada y funcionaria del Ministerio de Infraestructura, a quien le cometen realizar el informe final y decisivo sobre los oferentes en una licitación para la construcción de un puerto, su trama es el de una típica novela negra con todos los ribetes clásicos de trama criminal, homicidios, corrupción, crítica social, y oscuros meandros del poder económico y político, con el trasfondo del cada vez más actual tema del medio ambiente y sus terribles degradaciones por conveniencias industriales o comerciales.
En este sentido la novela sigue las reglas de juego del relato policial o noir, y debe cumplir su función, so pena de que todo se desbarranque si no hay investigación e indagatoria, búsqueda y esclarecimiento de crímenes.
Sin embargo, La muerte tendrá tus ojos se destaca por otros aspectos, que la hacen relevante para la literatura y que tempranamente ya daban cuenta de su autora como una escritora mayor.
En primer lugar la revulsiva mordacidad a prueba de toda contingencia de la protagonista, que no escatima comentarios ni análisis penetrantes, ácidos y desencantados, de todo –la sala de recepción de una comisaría, su propia vivienda, su lugar de trabajo, un boliche, la casa de su tía-, y de todos -familia, madre, padre, hermana, tías, amigas, compañeros de trabajo, policías, juez, ella misma-. Esa mordacidad, acidez y desencanto a la vez que características subjetivas de la protagonista, se tornan en estilo narrativo y subyugan al lector que de una manera hipnótica se ve arrastrado a seguir las andanzas y desventuras de Lía Lamas. No se trata solo de humor, ni tampoco de una efectiva ironía, sino de algo mucho más profundo y decisivo, una verdadera visión corrosiva y con sorna del mundo, de la vida y del propio yo. Claro que ese estilo es muy difícil de sostener y que a lo largo de la novela, a medida que los ribetes policiales se acentúan y que el drama se instala, la mordacidad va disminuyendo en pos de la acción y de la tensión propias del género.
Luego está el subjetivismo coloquial, la utilización de un lenguaje deliberadamente desenfadado y locuaz con el que la protagonista encara las más diversas situaciones, sirviéndose de una suerte de dialogado con los demás, consigo misma, y con la realidad que vive, desde los capítulos iniciales y risueños, como el de la declaración ante el agente de policía en la seccional y simultáneo diálogo con el Artigas del cuadro de Blanes colgado en la pared, el adiós a su madre y sus chantajes emocionales, el bar en el sótano y el ataque de pánico o crisis de falta de aire, la cita con el Ministro en la que la protagonista enmudece sin atinar a negarse a la tarea que le encomienda, el hilarante capítulo del acto de apertura de las ofertas con las tres amigas en contrapunto con la fanfarria de los sospechosos oferentes, los desprejuiciados encuentros con sus amigas y sus complejas y artificiales relaciones con sus compañeros de trabajo, hasta los capítulos de estricta intriga y suspenso en los que la narración tiende a objetivarse.
Indisolublemente ligado a lo anterior, la utilización de un mecanismo de asociaciones libres, contundentes y a veces extravagantes, con reflexiones y comparaciones que acompasan la acción. La autora ha revelado en diversas entrevistas su deuda con Paul Auster y la narrativa norteamericana en especial y otros autores relevantes como el poco valorado por estos lares, el brasileño Rubem Fonseca, pero su estilo directo, desenfadado, y lleno de asociaciones, recuerda en mucho a la narrativa de Mario Levrero –por cierto, también desmesurado seguidor del género policial y confeso epígono en su propia literatura-, por lo chisporroteante y sorprendente.
En ese juego, la autora recurre a todo tipo de referencias, cultas o populares, desde letras de boleros, expresiones cursis y lugares comunes, a alusiones entrelíneas y referencias como las que efectúa a Poe (El barril del amontillado), Denis Molina (Lloverá siempre) o a Pirandello (“todos somos personajes en busca de un autor”).
En cuanto a la influencia de Paul Auster y su conocida utilización del azar (especialmente en Ciudad de cristal de la Trilogía de Nueva York), Mercedes Rosende le rinde explícito homenaje cuando la protagonista se refiere a “el azar, el dios de los que no creeemos”, y vaya si lo aplica en uno de los tópicos más altos de la novela, el del agresor en el parque y su semejanza con el electricista que secuestra la protagonista y que la lleva a transitar todo un camino ciego. Esta herramienta narrativa como estética plantea una de las cuestiones más urticantes del género, ¿los misterios y sucesos de la novela policial o de suspenso o thriller se van desarrollando a golpes de azar o de estricta causalidad? El poeta y novelista norteamericano Kenneth Fearing escribió una obra maestra de la novela negra, El gran reloj, publicada en 1946, toda una lección sobre el tema. La novela plantea una historia asfixiante en que el protagonista no puede escapar a la secuencia de hechos que lo acorralan, al gran reloj cósmico que todo lo dirige; azar y ocurrencia causal predeterminada, están entrelazados indisolublemente por ese gran reloj que el novelista, Fearing, sugiere como destino o entidad metafísica. Sin embargo la simultánea condición de poeta de Fearing nos permite dudar de lo obvio y realizar otra inferencia de la metáfora, un sentido que ilumina mucho mejor a lectores y escritores: que en realidad el gran reloj cósmico no es otro que la capacidad creadora del escritor que nos ha tornado creíble todo el embrollo. Y eso, afortunadamente, Mercedes Rosende lo cumple a cabalidad.
Otro aspecto en el que sobresale la novela es en el perfecto delineado y resolución de personajes, como el de la madre de la protagonista que tiene la cualidad de fijar toda su atención en la telenovela que está mirando en la televisión y simultáneamente de hablarle a su hija sobre lo que a ésta más le duele, el de la tía Maruja con sus ojos celestes con cataratas pero un paso por delante de las desazones de su sobrina, el portero don Tito un verdadero clásico, las compañeras María Sara y Juanita perfectas en sus apariencias e hipocresías, las inefables amigas, el juez Lamberti, Juan Delgado el voyer del parque, y un largo etcétera.
Por último, la autora apuesta fuerte ya avanzada la novela, y aventura de pronto un riesgoso juego, el de la novela dentro de la novela: la protagonista comienza a escribir su historia de manera ficcionada, es decir la propia historia que el lector está leyendo, y que coincide con la escritura textual. Este entramado, muy peligroso, pone en jaque nada más ni nada menos que la credibilidad del lector; más la novelista conduce el timón de manera muy firme, sin arredrarse, y sale airosa, al punto que en el antepenúltimo capitulo Lía Lamas especula con el propio fin de la novela, es decir con su propio destino, que podría tomar uno u otro camino, y sin embargo (como en el pasaje de la segunda parte de Don Quijote en el que el protagonista y Sancho se encuentran en un pueblo con una biblioteca que vende un ejemplar de la primera parte), el pacto ficcional no se resquebraja.
Como personaje principal de una novela del género que implica un investigador, profesional o no, destinado a ello o casual, que vaya desentrañando la trama criminal, Lía Lamas resulta bastante fallida por sus permanentes pasos en falso, sus acciones poco afortunadas, sus cabos sueltos, por confiar en quien no debe, y por avanzar más bien a tontas y a locas. Resulta mucho más creíble como personaje vital en su vida personal, como mujer, en sus vínculos familiares, de amistad, o laborales. En ese sentido se torna un personaje arrollador. Prototipo de la protagonista antirromántica por antonomasia, con un desencantado matrimonio y divorcio a cuestas, sexo ocasional (en la escena de la milonga), e inquisitiva y descarnada mirada en relación al sexo opuesto, sin embargo no es para nada lineal. Dotada de una enriquecedora ambigüedad, Lía se equivoca y lo sabe, lamenta la pérdida de la comodidad pero afronta la descarnada independencia, repasa permanentemente el catálogo de sus defectos pero intenta que no la paralicen, practica la venganza descaradamente, y pese a todo pesimismo y descreimiento, alberga un subyacente sueño o ilusión inconfesa, nunca revelada. Es esa ambigüedad que la conduce a acercarse y sentirse atraída por ese personaje tan opaco que es Van Bauer (al punto que ni siquiera tiene nombre propio), lo opuesto a sus ideales y a sus convicciones de transparencia en el proceso licitatorio, en quien quiere creer, mientras toda la trama la lleva a rechazar al sujeto y sus artes de seducción con veladas intenciones.
Con maestría, Mercedes Rosende conduce el relato sin desarrollar esa contradicción que subrepticiamente va inundando todo el sentido de la novela como una sombra que se expande, hasta la ambivalencia del final. Final que tiene muchísimo más que ver de lo que el desprevenido lector espera, con la primera frase con que se inaugura la novela y que sencillamente, como todo primer párrafo admirable, logra condensar en sí todo el sentido de la obra y todo lo que vendrá. “Todavía puedo sentir lo remoto y triste que era el mundo esa madrugada”, leemos, y ese párrafo nos engancha para siempre, para el devenir de los días y las horas que nos llevará la lectura, para que la historia y sus personajes nos acompañen en nuestra vida y en nuestra memoria, para que sus ilusiones y sus inciertos finales nos inquieten y nos desvelen, que es lo hacen los buenos libros y las buenas novelas.
Diana
Me hiciste seguidora de MR , este no lo leí todavía, pero quedé fascinada con la reseña