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El teatro ante el horror. Ainara de Gernika, Recuerde esto: La lección de Jan Karski, Memoria para armar

El teatro ante el horror

Ainara de Gernika, Recuerde esto: La lección de Jan Karski, Memoria para armar

Luis A. Fleitas Coya

Ainara de Gernika. Autora: Sandra Massera. Actriz: Anael Bazterrica. Dirección: Sandra Massera. Escenografía: Dante Alfonso. Iluminación: Álvaro Domínguez.  Teatro El Galpón, Sala Cero. 

Recuerde esto: La lección de Jan Karski. Autor: Derek Goldman y Clark Young. Actor: Álvaro Armand Ugon. Dirección: Jorge Denevi y Renata Denevi.  Iluminación: Eduardo Gerrero y Florencia Guerra. Vestuario: Nacho Cardozo. Diseño gráfico y fotografía: Germán Trindade, Renzo Quarnetti. Teatro Alianza, Sala China Zorrilla. 

Memoria para armar. Autoría: en base a textos del libro colectivo Memoria para armar, del libro La espera de María Condenanza, y de recuerdos de Teresa Buscaglia. Actores: Gloria Demassi, Paola Venditto, Carla Grabino, Mariana Senatore, Alicia Restrepo, Oliver Luzardo. Dirección: María Varela. Asistente de Dirección: Isabel Legarra.  Escenografía: Osvaldo Reyno. Vestuario: Soledad Capurro. Iluminación: Pablo Caballero. Selección musical: Horacio Buscaglia. Realización de escenografía: Creaciones teatrales, Álvaro Santana.  Realización de vestuario:  Laura Ferreyra. Operador de luces: Pablo Castro. Operadora de sonidos: Antonella Pagani. Fotografía: Amílcar Persichetti. Gráfica: Lucía Persichetti. Video: Productora Hacha y Tiza. Teatro Circular, Sala 1. 

        Anael Bazterrica se para a poca distancia del reducido grupo de espectadores en la minúscula sala Cero de El Galpón,  y a sola presencia encara un arduo viaje concentrado de una hora por la vida y los recuerdos de Ainara, natural de Guernica, sobreviviente del bombardeo que destruyó su casa en la ciudad vasca en 1937, emigrante. Es un unipersonal descarnado y efectivo que le exigirá un esfuerzo y una concentración sin pausas, siempre de cara al público, sin que la auxilien telones, oscuridades o rincones donde cobijarse aunque sea por un par de minutos para tomar respiro. Toma objetos, cambia detalles de su vestimenta, se sienta, se arrastra, corre, avanza, retrocede, canta, recita, profiere palabras en vasco. Rememora su ciudad, los momentos de las explosiones, la destrucción, los muertos, los heridos; cada cosa que toma es la guía que la remonta a los miembros de su familia. Relata el triunfo del alzamiento franquista, el régimen dictatorial y la cruel represión, y por último el exilio para radicarse en estas tierras, donde, años después, nuevamente se enfrentará a los estragos de otra dictadura. Por último, su descendencia, la continuación de sus raíces, la persistencia de la cultura vasca. La obra se cierra con una letanía de nombres y palabras vascas, como un redoble sobre las ruinas humeantes.

          El crimen de Guernica, el despiadado bombardeo y ametrallamiento de una ciudad indefensa por parte de la aviación alemana y de la Legión Cóndor italiana, aliadas de Franco, fue un acto tan horroroso que aún hoy cuesta comprender, salvo como zarpazo despiadado y alevoso dirigido  con toda intención contra el carácter simbólico de la ciudad que representaba el carácter libertario e independentista para toda España.  Esto es lo que estamos dispuestos a hacer con vuestras libertades y autonomías, es lo que parecen haber dicho Franco, Hitler y Mussolini como advertencia para el pueblo español, y de paso para toda Europa y para todo el mundo, bravuconada que solo dos años después se vería ya no como tal sino como el preámbulo de una brutal guerra de agresión y  baño de sangre de cerca de veinte millones de personas, entre ellas la masacre y exterminio de seis millones de judíos también civiles y también indefensos. El arrasamiento de Guernica no fue un suceso más del alzamiento falangista contra la república española, fue un hecho que por su magnitud  y por lo despiadado, se convirtió en un símbolo  que azotó las conciencias del mundo entero y que llevó a uno de los pintores más geniales de todos los tiempos a pintar una de las más bellas y dolorosas obras maestras de la pintura universal, síntesis y sustancia del arte de denuncia de la barbarie.

          Como lo ha contado en reportajes, Ainara de Gernika surgió de la experiencia de Anael Bazterrica al viajar a los países vascos en pro de su ascendencia, y encontrarse en Guernica con el Museo de la Memoria, experiencia conmovedora que la asoló y que la llevó a su regreso a plantear la posibilidad de escribir una obra dramática a Sandra Massera que trasluciera todo ese peregrinar por las raíces históricas y culturales, toda la amargura y el desarraigo de la emigración, toda la impotencia y todo el dolor indefenso ante la brutalidad y la saña. Tal vez a la obra le falte un poco de profundidad en la historia concreta para evadir el esquema argumental, pero debe reconocerse que no era fácil desarrollarla en relación al enorme peso de los sucesos históricos que quería retratar.  Destacables la dirección, la iluminación y la escenografía, y  Anael Bazterrica cumpliendo con creces un gran desafío actoral.

          En la sala China Zorrilla del Teatro Alianza, una pantalla exhibe una brevísima y memorable secuencia del fi lm Shoah (1985) de Claude Lanzmann. Jan Karski comienza a hablar pero casi enseguida se detiene y se va de cámara entre lágrimas: el peso de sus vivencias, aún cuarenta años después de los hechos, le resultaba insoportable.   De pie debajo del escenario, a un costado de la platea única de la sala,  Álvaro Armand Ugón, devenido en Jan Karski,  dice que la escena que acaba de proyectarse  lo avergüenza y sube los escalones para hilvanar durante setenta minutos un monólogo en el que va relatando el nacimiento en Lodz, Polonia, la familia, sus estudios universitarios de diplomacia, y sus inicios en el Cuerpo Diplomático y en el Ministerio de Asuntos Exteriores, su súbito e inesperado enrolamiento en el ejército polaco destinado a la frontera con Alemania frente a las amenazas de invasión, la efectiva invasión y la derrota sin disparar un tiro, la retirada, el apresamiento por el ejército ruso donde se hace pasar por soldado raso y es intercambiado como prisionero con el ejército alemán salvándose de la masacre de oficiales polacos en el bosque de Katryn por el ejército ruso, su fuga de los alemanes y su llegada a Varsovia donde se incorpora a la resistencia. Allí comienza una etapa decisiva de en su vida, pues es destinado a realizar tareas de correo clandestino llevando mensajes al gobierno polaco en exilio primero en París y luego en Londres. En una de esas misiones es detenido y torturado por Gestapo, pero se fuga, rescatado por la resistencia. Reincorporado a sus tareas  entra clandestinamente en el Guetto de Varsovia  y en un campo de exterminio (¿Belzec?) para conocer la situación de los judíos, y lleva la información  a Londres al Ministro polaco de Asuntos Exteriores en el exiio Raczynski, al Secretario del Foreing Office inglés Anthony Eden, y luego ya en Estados Unidos, al mismísimo Presidente Roosevelt y a diversas figuras políticas y gubernamentales, miembros de iglesias, medios de comunicación, industria cinematográfica y artistas, pero casi sin éxito ante la incredulidad general, comenzando por el mismo Roosevelt.

          Gracias a esta obra conocemos a este hombre extraordinario del siglo XX, quien batalló incansablemente poniendo en riesgo su vida durante todo el transcurso de la segunda guerra mundial, para que se supiera lo que estaba pasando, el pavoroso exterminio masivo de judíos,  y para que alguien hiciera algo para detenerlo. A esta altura ha sido tanta la información sobre muertes, ejecuciones, campos de exterminio, condiciones brutales de reclusión, sufrimiento de las víctimas, y demás, que ya nada parecería sorprendernos. Sin embargo el testimonio de Karski sí que nos sacude y nos estremece, pues es de los pocos que señalan una verdad aterradora y que todos los involucrados –las naciones culpables- parecen ocultar o por lo menos obviar, o sea que quienes pudieron enterarse y a partir de esa información hacer algo para detener el horror, las grandes potencias occidentales, no quisieron hacerlo. Ese es el gran legado de Karski cuando nos dice: “Recuerde esto”.

           La obra fue puesta en escena en base al despojamiento absoluto. Sobre el escenario, apenas una mesa, dos sillas. El actor,  con solo un traje por vestimenta. Alrededor, encima, por debajo de esa mesa, prisión, refugio,  el actor irá realizando toda la acción teatral, y al mismo tiempo, despojándose de las prendas a medida que los hechos lo requieren. La dirección de Jorge Denevi y Renata Denevi en ese entorno solo puede califiarse de formidable, porque marcan un ritmo a las escenas y un sentido a la actuación tal que el interés nunca decae y la tensión tiene atrapado al público hasta el final.  El trabajo de Álvaro Armand Ugon, también formidable, es uno de los puntos más altos de su carrera, y trasmite con una enorme solvencia y responsabilidad ese gran mensaje de la obra, hacer saber a las generaciones el papel lamentable que ciertos actores cumplieron ante uno de los horrores más gigantescos de la humanidad.  La obra de E. Thomas Wood y Stanslaw Jankowski lleva por título en inglés “Karski. How One Man Tried to Stop the Holocaust”; la traducción “Cómo un hombre intentó parar el Holocausto”, no le hace honor, pues el título original debería traducirse, tal como fue su propósito, cómo un solo hombre trató de parar el holocausto. Karski no era judío, sino católico por formación en su infancia, y además por convicción; pero ello no le impidió ser una de las conciencias más lúcidas y desgarradas de nuestro tiempo que ante el pavor de lo que le tocó ver y vivir, asumió su tarea con una dimensión y grandeza que deja muy pequeños a los personajes históricos que le dieron la espalda o miraron lo que sucedía por encima del hombro. Uno de ellos, el Presidente de la Suprema Corte de Justicia norteamericana, Félix Frankfurter, le dijo simplemente: “No le creo”.

          Seis actores, cinco mujeres y un hombre, emergen de la oscuridad en la Sala 1 del Teatro Circular frente al público.  Carla Grabino, Marina Senatore, Alicia Restrepo, Gloria Demassi, Paola Venditto, y Oliver Luzardo se van a encargar de interpretar diversos personajes en breves escenas sobre historias ocurridas durante la dictadura. Es Memoria para armar.  Se trata de historias reales, teatralizadas, y los relatos que las originaron no fueron escritas ni por dramaturgas ni por poetas como se aclara al comienzo de la obra; son testimonios directos de mujeres víctimas directas o indirectas de la represión. Hay historias grotescamente graciosas como la de la cuerda de ropa llena de bombachas que alteraba a la tropa, hay historias dramáticas, hay  historias muy frontales, y hay historias donde importa más lo no dicho. También aquí resalta el mismo rasgo que las obras anteriormente comentadas: en esta reposición de esta obra originalmente estrenada en el 2002 con dirección de Horacio Buscaglia,  la directora María Varela apuesta a la contención y a la adustez; nada hay demás sobre el escenario, según la escena de que se trate apenas algún objeto, como una mesa, sillas, una tarima, un máquina secadora, una cama; nada hay que sobre en lo expresivo, ninguna palabra, ningún gesto, la luz se apaga en el momento justo; nada hay de excesivo en lo emotivo, cada historia se cierra en el momento exacto para que emoción gane al espectador a solas, en la oscuridad, mientras espera el cuadro siguiente, o al finalizar la obra, torpedeado por debajo de su línea de flotación.  No son grandes historias, ni historias épicas, ni de grandes resistencias:  en algunas apenas ciertos gestos como el de esa niña que se planta en su respuesta frente al poder omnímodo y sádico del militar inquisidor, como el de la duda indefinida e incierta de la mujer frente al posible delator, su marido, o como el de la maestra titubeante y avasallada por su directora pro régimen. En otras, la reflexión, la ex presa que se pregunta cómo pudieron resistir los úteros fértiles, el asombro por volver a enamorarse después de la prisión; la torturada desnuda y vendada que repasa la impotencia ante la atrocidad de los abusos que sufre. Esos pequeños gestos, esos pequeños actos, esas resistencias sordas y tercas, esos dolores, esas individualidades abrumadas y desoladas, constituyen desde la memoria de quienes sufrieron y padecieron, el entramado múltiple e informe de una nación, como un mosaico de historias mínimas que construyen y entretejen el tejido social, cual memoria ínsita que se conserva y se trasmite a las nuevas generaciones, como el mejor antídoto contra el horror. Muy buen espectáculo, muy buena dirección de María Varela con la llamativa y bienvenida asistencia de dirección de Isabel Legarra, muy buenas actuaciones de todos los actores, con una mención especial a Oliver Luzardo, muy afiatado y muy afinado en la brutalidad traducida  de manera sutil y gestual en los difíciles papeles que le tocó representar de represores y carceleros, y a Alicia Restrepo, excelente en todos sus personajes, descollando pese a los vaticinios previos por compartir elenco dos actrices mayúsculas como Paola Venditto y Gloria Demassi.

          Pese a referirse a sucesos bien diferentes y a no obedecer a ningún propósito común y mucho menos deliberado, los tres espectáculos casual y simultáneamente en escena en las tablas montevideanas ponen de relieve una de las facetas más singulares del teatro de nuestros días, a la que hacen honor el Teatro El Galpón, el Teatro Alianza y el Teatro Circular. Hacer saber, hacer conocer, preservar la memoria, mantenerla enhiesta, plantar bandera frente al horror. Sean hechos universales como el bombardeo atroz de Guernica o la aniquilación del pueblo judío, o locales, como la triste cortina de oscuridad que se cerró sobre estas tierras durante once años y cinco meses.             

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