25/40 Narradores de la Banda Oriental. Cuento: Ray Charles
Por: Luis A. Fleitas Coya
Información
Antología de cuentos publicada en el 2018 por Editorial Banda Oriental conjuntamente con Fundación Lolita Rubial, en conmemoración de los 25 años del Concurso de Narradores de la Banca Oriental y de los 40 años de la Colección Lectores de Banda Oriental. Contiene 31 relatos de otros tantos autores. Uno de ellos es Ray Charles de Luis A. Fleitas Coya.
Lanzamiento
25.05.2018. Casa Museo Juan Zorrilla de San Martín.
Una antología, “25/40 Narradores de la Banda Oriental”
Luis A. Fleitas Coya
Esta antología fue publicada este año 2018 por Editorial Banda Oriental conjuntamente con Fundación Lolita Rubial, en conmemoración de los 25 años del Concurso de Narradores de la Banca Oriental y de los 40 años de la Colección Lectores de Banda Oriental. En épocas en que no abundan los lectores ni el interés por la lectura, y menos aún de literatura uruguaya contemporánea, este libro constituye una muestra extremadamente variada y sorprendente que vale la pena repasar, como oportunidad para asomarse de primera mano a nuestra actual narrativa.
Contiene treinta y un relatos de otros tantos escritores, todos ellos premiados con primeros premios o menciones en el referido Concurso, que van desde una suerte de neo criollismo o ruralismo con pasiones y conflictos campesinos un tanto anacrónicos en La fuerza del campo de Leonardo de León, a un exótico relato mitológico de dudosa ubicación en el panorama del relato nacional en La mandrágora y el conde de Raquel Martínez Silva, pasando por en Ópera prima de René Fuentes, extraño cuento de aventuras de piratas con John Silver, el inolvidable pirata de La Isla del Tesoro de Robert L. Stevenson como protagonista, y que agrega al final un inesperado toque metafórico con un huevo enterrado en una playa y un pájaro que sobrevuela una isla -¿la Cuba del autor?-. Exótico también es el lugar, México, y las circunstancias, un viaje turístico, en Mitla de Guillermo Álvarez Castro, en el que un resignado personaje asiste a la infidelidad de su mujer, más joven.
La influencia de Benedetti se hace presente en Los pocillos de Gabriela Onetto, no solo por el título (como el relato homónimo de Montevideanos), también por la temática y su planteo a través del juego de los pocillos, aunque el cuento, sugerente, sutil, elusivo y alusivo al mismo tiempo, valga por sí mismo y la autora no tenga ni remotamente el estilo del autor de Gracias por el fuego.
Un dejo morosoliano de conmiseración por personajes humildes y condenados a la desgracia asoma en El mundo de adentro de Teresa Urbina, cuento sobre un maestro en una escuela rural perdida en las sierras, y en La Sede de Milton Fernández, sobre club barrial y teléfono público utilizado por una mujer extraviada en su delirio. Una tónica diametralmente opuesta, de asepsia por el destino del personaje, se da en Últimos días del señor López de Carlos Caillabet, en el que un hombre cansado de ser él mismo, finalmente deja de serlo, tal vez inspirado por la experiencia en un prostíbulo, o tal vez meramente por capricho del autor, en un relato que nada sugiere en tal sentido.
El realismo literario y montevideano de la primera mitad del siglo XX se hace presente en Las dos lenguas del viudo de Enrique Pardo, excelente e irónico retrato de un burócrata y su filosofía. El realismo también, aunque en otros términos más actuales, es el común denominador de Hombres de blanco de Luis Fernando Iglesias –curiosa remembranza de una abuela en diálogo con su nieta mientras miran por televisión el alunizaje, de una discusión y de un flirt que pone en entredicho la apariencia de una vida conyugal-, La buena suerte de Cecilia Ríos –historia de una rapiña en la que la protagonista cree en el final que está pasando una cosa cuando ocurre otra, según el recordado remate de Ambrose Bierce en El puente sobre el Río Búho-, y Cuento diurno de Valentín Trujillo, relato cuasi periodístico sobre parto asistido por una agente policial en un patrullero en el barrio Maldonado Nuevo.
Lo fantástico a partir de lo cotidiano irrumpe en Árboles en la noche de Ramiro Sanchiz, de clara influencia cortazariana; así mismo lo fantástico también tiene su lugar explícito en cuentos como Hijos de Abel de Miguel Motta, que en tiempos de marginalidad en aumento por estas tierras, imagina a seres trashumantes que se sienten ajenos a sus hogares, a sus familias y a la sociedad, y que conforman un movimiento creciente que todo lo va inundando como una marea; y en Flores para una tumba de Carmen Rodríguez Franco, en el que la protagonista se encuentra con su padre muerto cuando le lleva flores para su tumba, con un final que recuerda al de la película Sexto sentido. En Quedarse sin balcón de Leonardo Rossiello, un simple orificio en un balcón pasa de ser ocupado primero por una abeja y luego por animales cada vez más grandes incluyendo un elefante, en un ejercicio aparentemente gratuito de imaginación sin ir más allá y sin siquiera una justificación estética del relato fantástico, como es esperable desde La metamorfosis en adelante. Y por último, en el mismo ámbito, Repeticiones de Henry Trujillo, nos muestra a un personaje que se va encontrado consigo mismo, desdoblado, en un relato menor de un muy buen escritor.
Ya no lo fantástico sino lo extraño impregna Quien habla solo espera de Hugo Fontana, con sucesivos compradores de un terreno situado frente a la casa del protagonista-narrador que se dedican a excavarlo en horas de la noche, y Esa pequeña explosión de Manuel Soriano en el que un choque de un automóvil en la noche parece dar pie a un retrato en clave más o menos psicoanalítica de un médico, violento, y con pretensiones de aventurero sexual y novelista. Llegar a Zárate de Rodolfo Santullo parecería inicialmente sugerir la misma zona de extrañeza o misterio pero el propio relato deja en claro la razón de la larga espera en la carretera, en lo que no parece superar lo anecdótico.
El relato Si te llamo de Alicia Escardó Vegh bien puede ser incluido dentro de los fantásticos o extraños. Tal vez la protagonista y Gerardo estén viviendo en tiempos diferentes y de alguna manera coinciden en el presente cuando él le devuelve la llamada. Es el mecanismo que utiliza Ray Bradbury en el maravilloso Encuentro nocturno de Crónicas marcianas, y que en este cuento se despliega de manera inesperada y abrupta, sumergiendo al lector ante lo inexplicable, pues el texto -ceñido a los hechos- también parecería sugerir que Gerardo podría haber muerto y que la protagonista lo que recibe es una llamada fantasmal que la realidad desmiente. Descarto por trivial la explicación de que la soledad y la necesidad de afecto de la protagonista la hayan hecho imaginar todo. La relación frustrada está muy bien planteada en pocos párrafos, y por eso, el inicial deambular aleatorio de la protagonista entre posibles personas a llamar hasta que recala en Gerardo por descarte, le resta bastante fuerza al sentido final de la narración. Justamente el lector siente que el verdadero comienzo del relato, lo que le da fuerza y carnadura, ocurre cuando la protagonista rememora el vínculo, desencantada y nostálgica a la vez. Vaya si habremos sentido alguna vez la necesidad de llamar a alguien del pasado que nos importó.
Un relato con clásico final de vuelta de tuerca toma cuerpo en Los contrabandistas de Pablo Silva Olazábal sobre acechanza de contrabandistas en la costa cercana a un pueblo en el interior.
A su vez dos relatos tienen en común su contacto con la geografía, la cultura y la religión del mundo musulmán: Las uñas de los muertos de Javier Couto y Un reino muy muy lejano de Helena Modzelewski. En el primero, Las uñas de los muertos, el autor apenas disfraza su nombre en el del protagonista Jairo Souto, y luego de un inicio muy prometedor del mismo como viajero en una estación polvorienta y abandonada en medio del desierto, termina diluyéndose en la rememoración de un pueril entrevero y disputa por infidelidad entre estudiantes universitarios en París que da lugar a una no menos burda venganza ulterior sugerida en el final. En cambio en el segundo, Un reino muy muy lejano, la autora va mostrando con maestría los vaivenes de una amistad a distancia entre una intelectual occidental y otra musulmana, interrumpida por el dogmatismo religioso, en el que desentona una conciliadora y forzada parte final sin la cual hubiera constituido un muy buen relato.
La ironía hermana dos cuentos diametralmente opuestos por su extensión. Soy elegante de Eduardo Alvariza se emparenta con el minimalismo o microrrelatos de Augusto Monterroso, narrando un hurto a través de frases mínimas y expresiones muy breves que siguen el pensamiento del ladrón y secuencialmente van indicando la acción que se desarrolla y culmina en media página. Brevedad e ironía o ironía de la brevedad. En cambio Riesgos de la literatura de Juan Carlos Venturini es el relato más largo del volumen, y se desarrolla a través de diez breves capítulos pletóricos de ironía, sarcasmo y humor, como el magistral inicio en el que el protagonista asaltado por una repentina vocación literaria se lanza a escribir como un demente aporreando una vieja máquina de escribir a toda hora para furia de su esposa, lo que le cuesta el matrimonio, hasta el discurso final en el que arenga a los jóvenes contra la peligrosa pócima de la literatura.
El silencio del río de Horacio Cavallo se ubica de manera solitaria en la zona del recuerdo infantil, con abuelo con rancho en la calle Yacaré, y doloroso hallazgo de un ahogado al amanecer en la playa por parte del nieto.
En el conjunto se destacan tres relatos. Remitente Ana de Richard Dutra, un muy bien hilvanado relato en el cual el protagonista descreido y abrumado por el trabajo y la inconsistencia de su vida luego de la separación con su pareja, emprende un paseo dominical por la feria de Tristán Narvaja bajo la lluvia que lo lleva a un hallazgo inesperado. Portones de Mercedes Estramil, es otro relato también muy inteligentemente estructurado y ejecutado con anciana en viaje a un residencial a ver a una conocida, que se ve lanzada a una cruzada alucinante contra un ómnibus de transporte que hace sospechar que más allá del humor todo lo ve a través del alzheimer como ocurría con la protagonista del cuento A la vista del lago de Alice Munro (del libro Mi vida querida). La vida real de Karl Kristoffersen de Martín Lasalt, un cuento complejo, indudablemente inspirado en la muerte y última película de Ingmar Bergman, llama la atención por la excelente intensidad y emotividad de la prosa en cuanto a tributo y al mismo tiempo crítica sin piedad al gran cineasta.
El libro incluye Ray Charles, un relato de este cronista, que por eso mismo, no es comentado.
Un breve apunte final. De los treinta y un relatos, en veintidós se emplea el yo narrativo (casi siempre yoes anónimos salvo el caso de Un reino muy muy lejano en que el nombre de la protagonista, Helena, es el mismo que el de la autora), que si bien presta un innegable servicio al escritor por la segura e inmediata identificación del lector con el punto de vista de una conciencia omnisciente que relata, es evidente que su uso abusivo no es aconsejable ni halagüeño por lo monocorde, y es dable esperar que nuestra actual literatura, que goza de tanta vitalidad y diversidad, diversifique también los puntos de vista narrativos.