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Seminario de Lecturas de Hugo Burel, La insumisa de Cristina Peri Rossi

Seminario de Lecturas de Hugo Burel,  La insumisa de Cristina Peri Rossi

Luis A. Fleitas Coya

    

Empezar por lamentarse nunca es un buen augurio para el abrumado lector, que de seguro se arrepantigará desde ya en el cansancio de asistir a una letanía. Pero es de veras que he lamentado mucho dejar de ir al Seminario de Lecturas de Hugo Burel en este año 2023, que por cierto ya va bastante avanzado pese a la inefable ortodoxia nacional del recién estar en veremos. Antes que nada, por una razón exclusivamente personal: no hay nada que me guste más que hablar y opinar sobre literatura, no desde el empalago y la impostación, sino desde la auténtica pasión por la lectura y la escritura, exactamente lo que encontré en el seminario.  Sin embargo  no es eso lo más importante;  lo trascendente fue el  privilegio de estar mano a mano con uno de los mayores escritores uruguayos contemporáneos leyendo y analizando obras magistrales con suma solidez y lucidez, a la par de reflexionar a granel sobre las vastas praderas de la literatura, del cine, del arte y del pensamiento. Y por si eso fuera poco, por añadidura, con extrema generosidad de su parte, contando  los avatares del oficio de escritor, sus obsesiones, sus zonas ocultas, las luces y sombras de la creación, sus artilugios y sus trampas.  No creo que haya una ocasión similar en nuestros días, en nuestro país, y dudo que lo haya habido  en alguna otra época. Amén de esa lucidez  y de esa generosidad que al escritor le sale por los poros, hay que tener mucha cultura, mucha lectura y mucha sapiencia en el arte de escribir, para poder ejercer los malabares que hace Hugo Burel en este Seminario.   Admiración,  maestro. 

       O, como seguramente le gustaría más a un cinéfilo irredimible como Hugo, al maestro con cariño.

       Durante el mes inicial, de abril a mayo, la obra leída y analizada fue La insumisa de Cristina Peri Rossi, ese libro de 18 capítulos y  212 páginas bien plantadas, tan removedor, tan polémico, tan audaz. Cuando salió publicado y lo leí en el 2021, tuvo la virtud de reconciliarme con Cristina Peri Rossi, a quien había intentado leer –El libro de mis primos- sin éxito. Como a todos los errores, más vale borrarlos de un plumazo: este gran libro demuestra la talla de Cristina Peri Rossi como magnífica escritora.

       ¿Autobiografía, memorias, autoficción, novela? Este aspecto de la obra fue de los más debatidos y analizados en el seminario. Fervorosas partidarias de la veracidad textual a pie juntillas, postularon el carácter autobiográfico sin tapujos; Hugo, escorado por su consumado arte de novelista escaldado por los inciertos límites entre verdad y ficción, no dudó en postularla como novela, a lo sumo como autoficción.  Una lectura atenta muestra sin dudas que la autora mezcló realidad e imaginación a sabiendas y sin pudor alguno. En el capítulo “La estación de trenes” relata que veinte años después de los hechos que narra, los ferrocarriles fueron desafectados del transporte de pasajeros y quedaron tirados, obsoletos, por todo el territorio nacional, y que luego durante la dictadura militar los vagones fueron utilizados como terrible lugar de reclusión para los presos políticos.  De acuerdo a la fecha de nacimiento de la autora, 1941, y a que la niña protagonista tenía cinco años cuando ocurren los hechos del capítulo, los veinte años después  caerían en 1966, cuando la realidad fue que los trenes dejaron de transportar pasajeros recién luego del restablecimiento de la democracia, durante el primer gobierno de Sanguinetti en 1987, y que durante la dictadura los presos políticos masivamente sufrieron su reclusión en las cárceles de Libertad, de Punta de Rieles, y en los cuarteles; la utilización de vagones de ferrocarril como prisión existió sí, pero de manera bastante minoritaria. Cabe recordar algún relato como el de Carlos Liscano en El furgón de los locos, y la causa judicial de los vagones de la ciudad de Canelones. Los vagones de trenes como cárceles que describe el capítulo se asimilan más al transporte de judíos y demás prisioneros a los campos de concentración nazis. Pero tal desfasaje entre realidad y narración, no descalifica a ésta última, sino que demuestra a las claras que la autora se valió de su imaginación y de recursos artificiales propios de la ficción y no de la verdad histórica, para describir las terribles condiciones de hacinamiento, hambre y muerte de las prisiones militares uruguayas, especialmente en los cuarteles.

       Otro ejemplo singular es el de los capítulos “Las anormales” y “El beso”. En el primero se describe el enamoramiento de la protagonista de trece años de una compañera de banco en el  liceo, Elsa, cuatro años mayor y de una gran belleza.  En uno de los mejores capítulos del libro, romanticismo desaforado y crudeza de los descubrimientos alternan por igual, hasta el final de  ilusiones rotas.  En el segundo, la protagonista tiene la eclosión amorosa  de su primer beso y su primer acto sexual con una compañera de estudios, que si bien no nombra, la describe igual que a Elsa, también cuatro años mayor y muy bella.  Si el relato fuera veraz, no sería posible que la relación con la misma compañera tuviera dos desenlaces distintos, dado que mientras que en “Las anormales” el vínculo amoroso o sexual nunca se consuma, en el “El beso” sí, y de qué manera.  Si en cambio vemos la narración desde el punto de vista de la ficción, es perfectamente posible que la autora nos plantee dos finales distintos, que tienen un impacto notable en el lector.

      Hay en el libro otras situaciones, pero sirvan estos ejemplos para situarnos en el exacto ámbito ficcional de La insumisa.  Indudablemente Cristina Peri Rossi indaga y plantea diversas etapas y circunstancias de su peripecia vital, pero lo hace con la libertad de la creadora que no se ciñe a la realidad o verdad histórica, sino a la única verdad narrativa de querer contar lo que se quiere contar, si más límites que la imaginación.  Y como de las mejores cosas que tiene la literatura son las  asociaciones y correlaciones que los libros nos producen, en pleno Seminario  me vinieron a la mente dos de los libros que más he disfrutado y que más me han influido. Ratos de padre de Julio C. da Rosa, que en principio no sería más que una crónica de sucesos familiares  de los primeros años de dos niños y sus padres, pero que se transforma por la inmensa garra narrativa del autor en una maravillosa fábula rural en plena ciudad de Montevideo, y París era una fiesta de Ernest Hemingway, extraordinario retablo del París de los años 20 del siglo pasado lleno de artistas y creadores, y de la vocación de un joven escritor. Dos verdaderas obras maestras, la de da Rosa casi ignorada  y restringida al ámbito nacional, la de Hemingway póstuma y afortunadamente publicada luego de su muerte por su viuda Mary Hemingway.  Ambas, al igual que La insumisa,  bajo la apariencia de memorias,  pero también al igual que ella, escritas bajo el tamiz del talento y de la imaginación.  Solo eso puede haber convertido lo que podrían haber sido meras colecciones de estampas en poderosísimos libros en los que no importa si todo lo que se cuenta es verdad o no, sino lo que producen en el lector y lo que se puede aprender en ellos, desde el ser padre hasta a escribir diálogos como en Ratos de padre,  la vocación y el oficio del escritor, el amor de pareja y la paternidad como en París era una fiesta, o –amén del retrato crudo y sin concesiones de la niñez y de la relación filial- sobre el amor y el deseo que nos dominan sea cual sea nuestra edad, nuestra condición o nuestro género como en La insumisa.

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