Una novela contada dos veces
El tiempo es una gran mentira de Luis Fernando Iglesias
Luis A. Fleitas Coya
Luis Fernando Iglesias publicó El tiempo es una gran mentira en el año 2022. El libro era el fruto de una obsesión que lo había invadido desde que comenzó a tener noticias de lo que calificó como leyenda urbana, la venida a Uruguay, específicamente a Conchillas, de Jimmy Page, el mítico guitarrista de sesión de fines de los años 50 y principios de los 60 en Londres, integrante de los Yardbirds, y luego de Led Zeppelin, grupo que lo catapultó a la fama mundial y a la gloria. Se trataba de rumores, comentarios de allegados o gente de la zona que contaba anécdotas sobre esa aparición rutilante pero fugaz y casi clandestina, que pasó completamente desapercibida allá por 1994. Al punto que quedó confinada al ámbito lugareño, y que esas vagas informaciones parecían más bien fantasías que alguien había echado a correr sin mayores visos de realidad. Pero los chimentos de los vecinos de Conchillas, que a Iglesias le resultaron inverosímiles, poco a poco hicieron su trabajo en la mente del escritor anegándola del deseo de escribir sobre la posibilidad fantástica de que un héroe rockero de su adolescencia hubiera pisado estas tierras, encendiendo la llama creativa y convirtiéndose en germen de una novela.
No era casual. Amén de abogado, escritor, docente, Luis Fernando Iglesias es un destacado comunicador de nuestro medio, conductor del programa de difusión cultural y musical “Historias de Música” que emite Radio Cultura de Radiodifusión Nacional SODRE en el que sobradas muestras ha dado de su conocimiento y pasión por la música, la guitarra y el rock. Era inevitable que la mecha se encendiera: había un escritor, había una leyenda que andaba circulando por ahí, y estaba sobre la mesa la posibilidad de desarrollar temas vinculados a una pasión arrolladora. Todo eso se convirtió en telón de fondo de sucesos e historias de lo que terminó siendo El tiempo es una gran mentira.
A partir de una crisis existencial con divorcio incluido, el personaje principal y voz narrativa de la novela, Roberto Benítez, toma la decisión de dejar Montevideo y emplearse en una arenera de Conchillas a dónde se traslada. La novela va desarrollando diversas líneas narrativas como la de la banda de chiquilines, Homogéneo, los aprendizajes como músico de Roberto Benítez, la relación con su compinche Coto, el deambular de ambos con su música desde la frontera hasta Florianópolis, la aparición imprevista del joven guitarrista Matías Rojas y su actuación en el club Copyc de Conchillas, historias todas que constituyen una escenografía de fondo que va impregnando el libro, aunque en realidad el nudo gordiano está constituido por las incertidumbres que rodean al personaje y narrador en el ámbito donde transcurren los hechos, una Conchillas muy bien descripta y que en estas páginas tiene un aire lejano a la Santa María de Onetti (que nunca se termina de saber si es una ciudad, un pueblo pequeño o lo que sea recostado sobre un río), incluso con una empresa arenera casi oxidada con reminiscencias del astillero del viejo Petrus. En el desarrollo de la novela van apareciendo además otros personajes secundarios excelentemente retratados como el Negro Paraíso y el Loco Repetto o Beba y su carro de chorizos, y la estructura novelesca se va hilvanando muy bien en las sub tramas relativas a las aventuras y desventuras sentimentales y sexuales de Roberto Benítez con Mónica, la juez, su nostálgica y conflictiva relación con su ex esposa Lilián, y su persistente indagación en la relación con sus padres en la que busca algo perdido sin lograr discernir bien qué, aunado a una problemática vital de destino y ubicación en el mundo.
Es posible pensar en Matías Rojas como una suerte de alter ego de Roberto Benítez, un desdoblamiento del personaje en un heterónimo joven, como si a Roberto Benítez le apareciera personificado el fantasma de su propia juventud, cuando se le presenta en Conchillas, de la nada, con una guitarra a cuestas. Promediando la novela Matías actúa tocando la guitarra y cantando en el Copyc, y dice: “Ahora quiero tocar un tema de la banda de rock and roll más grande de la historia. La que me hizo querer ser guitarrista. “Tangerine”, de Led Zeppelin”. Al escucharlo, Roberto Benítez piensa que el muchacho está revolviendo su propio pasado. Este juego de identidades y de personajes que la novela va revelando de forma dosificada constituye así mismo una herramienta para la vinculación entre el personaje principal y Jimmy Page. Así el pasaje referido sirve de prolegómeno de lo que sucederá apenas dos páginas después cuando entre los asistentes a la actuación Roberto Benítez ubica al inglés que andaba merodeando por Conchillas y que súbitamente reconoce como el célebre integrante de Led Zeppelin. Y fluye hasta la culminación de la cadencia, el trío de Matías Rojas, Jimmy Page y Roberto Benítez, tocando la guitarra y cantando “Tangerine” en un remoto dormitorio a orillas del río como mar. En verdad la aparición del rockstar descoloca bastante al lector. No hay dudas que introducir tal personaje en medio de la ficción y por estas tierras es un tributo de admiración por él y por Led Zeppelin, que guarda relación con el desenlace de la historia de Matías Rojas y además con dar un giro extraordinario a la narración. Sin embargo tiene el efecto de distorsionar una trama que funcionaba muy bien hasta entonces, ralentizando y desplazando las historias que se venían contando. Recién cuando se despeja lo de Jimmy Page y la corte femenina que lo rodea, la novela retoma su rumbo certero, fundamentalmente las indagatorias y búsquedas del personaje principal. Ya sobre el final Roberto reflexiona: “En el trayecto del pueblo a Puerto Conchillas tuve la sensación de que la vida estaba corriendo a mi lado mientras yo observaba. Que los días se esforzaban en involucrarme, pero seguía sentado al lado de la carretera por donde esos días se iban a gran velocidad”. Y esa reflexión pega fuerte, llega a donde a los seres humanos nos duele, al transcurso del tiempo, a la vida que se nos va mientras la contemplamos como un escenario que transcurre ante nosotros, en ese vaivén entre la idea de Beba de que el tiempo es todo igual, que no hay principio ni final y que en realidad nunca cambia nada, o la de Roberto de que el tiempo solo es una ilusión porque todo transcurre en nuestro interior y en nuestra memoria, y en realidad siempre estamos a solas con nosotros mismos. El final, ciertamente melancólico, parecería decirnos que sí, que Roberto asume esa condición, su soledad, aferrado a su perro Morro, bebiendo el cognac y fumando el cigarro cubano de su padre; aferrado al presente, al aquí y ahora, y al vínculo con su perro, tan fuerte, tan único, real, verdadero, que es lo que persiste. Final triste y solitario, parafraseando el título de Osvaldo Soriano, de una novela veloz, ágil, que pierde fuerza hacia su tercer cuarto, pero que cierra jugando fuerte. Lo que no es poco.
Pero, oh paradoja, luego del fin de la novela, la historia en su germen vuelve a ser contada. En el año 2023 Luis Fernando Iglesias publica un extenso artículo periodístico en la página Cultural de El País (27.8.2023), “Un inglés improbable. Jimmy Page afinó su guitarra en Conchillas”, cuya lectura es imperdible y en la que cuenta con lujo de detalles su larga investigación sobre la historia de la estrella de rock en Conchillas. Paradójico porque el escritor primero tomó conocimiento de los hechos por las conjeturas referidas, que le sonaron inverosímiles pero que lo inspiraron a escribir la novela, y recién después de publicada ésta en el 2022, emprendió la investigación que publicó en el 2023, que arrojó a su vez que la historia al fin y al cabo resultaba ser cierta. Hacia 1994 dos jóvenes hijas de la escritora argentina Sonia Gómez Parátcha, que tenía una casa en Conchillas, se encargaron de organizarles a Jimmy Page y Robert Plant –de gira mundial- la visita a los lugares que irían al tocar en Buenos Aires; Jimmy Page entonces de cincuenta años se enamoró de una de ellas, Jimena, de veintitrés, que no cedió a los embates y se fue a refugiar a Conchillas. Resultado: hasta allá la persiguió el músico con cincuenta docenas de rosas y declaración de amor embravecido incluidos, hasta que finalmente el romance trocó en casamiento. Si los paratextos –epígrafes, dedicatorias, contenidos de portadas, solapas y contratapas, prólogos, epílogos, títulos, subtítulos, notas al pie, bibliografías, índices, esquemas, diagramas- son valorados hoy en día como ingredientes de una novela dignos de tomarse en cuenta y esenciales para la comprensión, díganme si esta historia poco creíble pero cierta, con toda la carga sentimental y de final feliz posible que cuenta la magnífica crónica periodística del autor de El tiempo es una gran mentira, no es un soberbio paratexto que la complementa, la engalana y merecería el galardón de variación u otra versión, o de “Tale twice told” al modo de Nathaniel Hawthorne.
En verdad, la crónica del paso de Jimmy Page por la localidad uruguaya tiene un problema insoluble: se da de plano contra la novela, que cuenta el mismo acontecimiento pero en el plano de la ficción. Es cierto, corre riesgo el pacto ficcional, la credulidad del lector, pero demuestra al mismo tiempo la dimensión maravillosa de la literatura, pues gracias a la imaginación y al ingenio del autor cada vez que abramos las páginas de El tiempo es una gran mentira, Jimmy Page seguirá siempre transitando las calles de Conchillas, comiendo chorizos en el carro de Beba, y viviendo los avatares que narra la novela, por más que la crónica y los hechos reales digan lo que digan.