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Caraguatá[1] y La sociedad de la nieve[2]

Luis A. Fleitas Coya

          Acabo de terminar Caraguatá. Una tatucera. Dos vidas de Leonardo Haberkorn y coincidió con que mientras lo leía, fuimos al cine a ver La sociedad de la nieve de J.A. Bayona. El resultado, un sedimento de amargura allá adentro, la misma y vieja amargura de aquel 1972, renacida, vivita y coleando, pese al medio siglo transcurrido desde la caída de las tatuceras y el hallazgo del cadáver de Pascasio Báez, y la caída del avión Fairchild en los Andes el 13 de octubre, su búsqueda, y la milagrosa aparición con vida de Fernando Parrado y Roberto Canessa luego de atravesar las montañas y permitir el rescate de los 16 sobrevivientes, cuando ya se los daba por muertos, setenta y dos días después. La película es muy buena en todos los rubros que ya han sido resaltados y sobre los cuales no hay dudas; resulta muy conmovedora y le hace honor a un gran libro como es el de Vierci, donde por primera vez se contó la historia  en su real escala humana de individuos ante la desolación, muerte, y degradación, sin edulcorantes ni épicas hollywoodenses.  Si se hubiera detenido un poco más en la caminata final de Parrado y Canessa, hubiera sido una de esas películas para la historia del cine, aunque es claro que es imposible relatar a fondo y priorizar todo en dos horas y media. Se sale del cine con el alma turbia, revuelta, desasosegada, y cualquier reflexión al respecto sería desafortunada. Gran película. 

          El mismo desasosiego que tenía mientras iba leyendo el libro de Haberkorn, aunque el drama sea tan diferente y con tan distinta magnitud  e importancia; revivir hechos, nombres, interrogantes políticas y sociales, encrucijadas nacionales, opciones individuales, lleva inexorablemente a sumergirse en un pasado doloroso. Haberkorn logra entrevistar a dos protagonistas de aquellos hechos, que nunca habían hablado, Ismael Bassini, el estudiante de medicina que le inyectó la dosis letal de pentotal a Pascasio Ramón Báez, y Enrique Osano, el tupamaro que encañonó y apresó al peón rural cuando se encontró con éste en el monte de eucaliptos donde estaban las dos tatuceras del MLN que los tupamaros llamaban “Caraguatá”, en la estancia Spartacus ubicada en la Ruta 9 entre Pan de Azúcar y San Carlos. Lo hace alternando sus voces, y además agregando datos, información de la época y los testimonios de dos oficiales, un alférez y un capitán, que participaron en la caída de las tatuceras. Las dos visiones que dan Bassini y Osano son contrapuestas, así como su interpretación de los hechos, pero el testimonio de Bassini se roba toda la atención porque pone al desnudo y hunde el dedo en la llaga viva de la cuestión. ¿Cómo un tipo con formación universitaria avanzada a quien solo le faltaban dos materias para recibirse de médico, buen compañero y buena persona, pudo ser capaz de actos aberrantes? Se lo pregunta Haberkorn, se lo pregunta el propio Bassini, que da vueltas y vueltas a lo largo de todo el libro sobre ese tema, y la respuesta es evidente, aunque no lo sea para él, que no solo no se arrepiente sino que dice que su acto fue fruto de las circunstancias y que no había alternativas viables:  el dogmatismo ideológico, militarista o político crea monstruosidades que pueden llevar a cabo cualquier tipo de personas, aún excelentes padres o vecinos o compañeros. Le pasó a tupamaros y a militares, el mismo fenómeno, unos en aras de la violencia revolucionaria para conquistar el poder y otros en aras de la violencia represiva para impedirlo y aún después por saña y sadismo.     

      Bassini lucha consigo mismo, dice que se ha preguntado muchas veces sobre el tema, pero parece difícil que aún ahora, más de 50 años después del crimen del peón rural, se  cuestione realmente a fondo. Tiene la convicción y tiene las respuestas que su conciencia  se dicta a sí misma y que quiere trasmitir a los demás en su testimonio: “Hay una cosa que nos marcaba mucho: nosotros nos considerábamos partícipes de algo muy grande. Y eso nos hacía sentir medios superhombres, por encima del común de los mortales, y de los preceptos con los que se manejan el común de los mortales. Hoy creo que era un agrande nomás. O no. Una clave para entender las cosas –yo las entendí mucho después de los hechos- es que esto no se entiende si se saca de contexto de la Guerra Fría. Comprenderlo es fundamental. Ocurrieron cosas mucho más terribles en el mundo, en ese contexto, que las que nos pasaron a nosotros. Pero todos con el mismo juego de valores. Todos jugábamos así” (Caraguatá…, pág. 252).  Terrible doble justificación del crimen, terrible. Justificación subjetiva de creerse superhombre por encima de los demás, y  justificación genérica, política, de estar participando en una guerra, la Guerra Fría, que todo lo explicaba. Si bien Bassini era estudiante de medicina, no era ningún chiquilín sino un hombre que contaba con alrededor de 36 años cuando ocurrió el crimen, y era un veterano militante de la guerrilla desde hacía diez  años,  primero en el Coordinador y luego en el ya constituido MLN. Más aún, relativa al primer secuestro de Ulises Pereira Reverbel en 1968, Bassini cuenta otra historia tremenda:  era el encargado de suministrarle una inyección de pentotal que lo durmiera y no viera a dónde lo llevaban, pero como el secuestrado no se dormía, le dio una segunda dosis, y luego una tercera.  Pereira Reverbel hizo un paro cardio respiratorio, estuvo a punto de morir en el auto que lo trasladaba.  El mismo Bassini le hizo respiración boca a boca y logró salvarlo, pero eso no lo exime de haber utilizado el sedante de una manera tan negligente como criminal, a sabiendas, con plena conciencia del acto y a los expresos efectos de lograr el objetivo del secuestro aún a costa de la vida al secuestrado (Caraguatá…, págs.. 56-57). El testimonio, brutal, es un antecedente muy elocuente de lo que pasó después con Pascasio Ramón Báez, y muestra que, lejos de la imagen idealista y romántica del guerrillero, tupamaros de la época, como Bassini, eran personas dispuestas a todo, extraviadas en la locura ideológica y revolucionaria.

      Fue la Dirección del MLN integrada por lo menos por Engler, Wasem, Rosencof, Marrero y Píriz Budes (Caraguatá, págs.. 157-159) la que dio la orden de matar a Pascasio Ramón Báez y ocultar su cuerpo, orden que el mismo Engler fue a comunicar personalmente al Caraguatá y a controlar su cumplimiento. Sí, fue una decisión meditada y consciente, atroz. Y el cumplimiento de las ordenes atroces no se justifica ni legal ni moralmente por la obediencia debida del ejecutante.

       La investigación periodística de este libro tiene el mérito adicional del relevamiento histórico de la verdad, y nos recuerda que el MLN practicó la pena de muerte, sí la mismísima pena de muerte que la Constitución prohibía entonces como ahora. Su Dirección integrada por Engler, Rosencof y otros, dio la orden de ejecutar a personas acusadas de integrar el Escuadrón de la Muerte (el Comando Caza Tupamaros), orden que se cumplió el trágico 14 de abril de 1972,  con los asesinatos del sub comisario Oscar Delega  y los agentes Carlos Leites y Facundo Goñi,  del capitán de corbeta Ernesto Motto, y del ex subsecretario del Ministerio del Interior, Armando Acosta y Lara (Caraguatá…págs. 177-178). Las Fuerzas Conjuntas contratacaron en forma fulminante e igualmente horrible: en dos allanamientos acribillaron sin piedad al matrimonio dueño de casa, Luis Martirena y esposa en la calle Amazonas, y en la calle Pérez Gomar hicieron lo mismo con Horacio Rovira de 19 años hijo del matrimonio Rovira Grieco, y a Jorge Candán Grajales, Gabriel Schroeder y Armando Blanco Katrás., en ambos casas, fusilamientos sin combate, afirma Haberkorn (págs. 178-179).

      Caraguatá… nos muestra así descarnadamente, a la par que Bassini, a Engler, a Rosencoff, y hasta al mismo Mujica repartiendo armas antes de consumar acciones (pág. 67).  No eran delincuentes ni depravados; como lo demuestra su vida y trayectoria posterior a la cárcel, han sido o buena persona como Bassini, o médico y científico eminente como Engler, o escritor entrañable como Rosencof,  o el popularísimo político con peculiar sabiduría de boliche y presidente bonachón como Mujica. Pero colocados en el contexto político de aquellos años, encuadrados dentro de un movimiento revolucionario, sucumbieron al dogmatismo y al fundamentalismo visionario de una revolución que veían triunfante y a la vuelta de la esquina. 

      Nada de eso justifica la salvaje tortura, ni la cárcel cruel e inhumana incluso como rehenes de la dictadura, que debieron padecer durante los trece años posteriores al 72, pero libros como éste de Haberkorn tienen el mérito de enfrentarnos a la conclusión inevitable de los enormes riesgos de crímenes y de atrocidades irracionales que pueden llegar a producir el dogmatismo, los fundamentalismos utópicos y el fanatismo.

      El libro investiga, trata y hace públicos dos hechos no suficientemente conocidos. Uno, la infame muerte de Walter Sanzó, a raíz de una herida en un glúteo que derivó en una perforación intestinal producida por una bala al salir de la  tatucera para rendirse, o por un tiro que le dio un oficial cuando ya estaba rendido e inerme  en el suelo; los médicos del Hospital Marítimo de Maldonado lograron salvarle la vida mediante una cirugía, pero hay versiones de que una patrulla militar lo raptó para interrogarlo y torturarlo, a resultas de lo cual murió. Dos, el robo descarado que hicieron integrantes del ejército de la enorme cantidad de dinero en efectivo y joyas que había en las tatuceras capturadas.

      Por último,  Haberkorn investiga también y con gran delicadeza la vida y la personalidad de la injusta víctima, Pascasio Ramón Báez, mediante el testimonio de familiares y vecinos de Pan de Azúcar, y mediante las versiones contrapuestas de Osano y de Bassini. Mientras que para Osano el peón rural era un hombre con una inteligencia natural que le hacía comprender perfectamente la situación, no era tonto ni loco, “Era prácticamente analfabeto, pero sano y noble como la puta que lo parió” (págs. 148 y 149),  para Bassini por el contrario, Báez no era consciente de nada y no era completo mentalmente:  “le faltaban patitos… Era un tipo con un intelecto muy limitado; no podías hacer un trato con él, no sabías lo que iba a hacer” (pág. 151). ¿Dice la verdad uno u otro? No lo sabemos, pero las palabras de Bassini suenan a menosprecio. Un profundo, sórdido, esclarecedor menosprecio que su víctima no  merecía.

       Excelente nuevo libro de investigación periodística de Leonardo Haberkorn, muy bien escrito, con rigor y con precisión,  superando otros anteriores como Historias tupamaras,  Herencia maldita, Milicos y tupas,  con enorme jerarquía y calidad profesional. En sus páginas la verdad avanza como un tromba alumbrando hechos cruciales en aquel año crucial,  el trágico 72.


[1] Caraguatá. Una tatucera. Dos vidas, Leonardo Haberkorn, Ed. Planeta, 2023.

[2] La sociedad de la nieve. Director Juan Antonio Bayona. Actores: Enzo Vogrincic, Matías Recalt, Agustín Pardella,Andy Pruss, Simón Hempe, Juan Caruso. Guión de J.A. Bayona y otros, basado en el libro La sociedad de la nieve de Pablo Vierci.  España, 2023. Producción y distribución: Netflix.

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