Es Londres, G de Julio Vera
Ed. FCU, 2025
Luis A. Fleitas Coya
Es todo un descubrimiento abrir Es Londres, G de Julio Vera, premiado con primera mención en los Premios Onetti 2023, y encontrarse con un lenguaje tan peculiar, vivo, chisporroteante y efervescente, que pinta de manera notable esos entrañables inmigrantes londinenses, su lenguaje enrevesado mezcla de idiomas y de giros y localías, el cockney (dialecto de los arrabales londinenses) que se dispara para todos lados, la miríada de detalles tan humanos como los afanos mínimos en los supermercados, sus odiseas con la vivienda, el desprecio y las prepotencias de sus capataces, la prostitución y tanta otra cosa que anda por ahí. Resultan tan verosímiles, tan humanos y empáticos esos miserables africanos, pakistaníes, mejicanas, italianas, catalanes, el Kurt y Amandita, el Faba, el Dieguito, Amy, el Charly, que el lector sigue sus aventuras mínimas con deleite y emoción. Es cierto, el relato se torna fragmentado, hay avances y retrocesos, indeterminación de los tiempos de la narración, pero trasmiten mucho esos cuentos. El primero, “Victoria”, transcurre en un barrio que conocí en mi pasaje por Londres hace unos años, el del Walthstamtow Stadium, el de las carreras de perros, donde termina la línea del subte y tren, barrio por antonomasia poblado de inmigrantes, y tiene una poderosísima ironía final describiendo el estatus del Kurt, ahora inglés por vía matrimonial, sintiéndose ahijado de la reina, y sus aspiraciones y perspectivas de perfecto pequeño burgués sudafricano adaptado a la metrópolis colonialista y suburbana; excelente. Y así todos los de esa primera parte construidos con humor, ironía, sarcasmo, y una pátina sensible y minimalista que conmueve. El título del libro es el de esta primera parte, y alude a una expresión del argot londinense utilizada entre los habitantes de las periferias que se tratan recíprocamente de “G” (gángster), y refiere a que todo se puede explicar porque se trata de Londres, nada más ni nada menos.
No ocurre lo mismo con los cuentos de la segunda parte, “La Manuela del Monte”, que son otra cosa y donde la lectura se empantana. El estilo, tan bueno y novedoso en la primera parte, en la segunda aparece como si no estuviera bien resuelto, una suerte de proto estilo, y que luego de un principio arrollador, aquí suena carente de nervio y de sorpresa. Hay además serios problemas para el lector, dado que los tironeos temporales en los relatos, que ya existían en la primera parte, se tornan verdaderamente intrincados y difíciles de seguir; hay un exceso de las reflexiones personales del narrador en desmedro de la historia, y le ocurre al lector quedarse sin saber a qué atenerse, a qué apuntan los relatos de esa parte, por más que se considere, como este comentarista, de un lector fogueado y acostumbrado a los vados difíciles. Así, “Bidegain al óleo”, es un buen relato pero al que las disgresiones y vaivenes por jardines de senderos que se bifurcan (valga Borges) lo echan a perder. El mejor de esta parte resulta “Alejandra, o la ecuación de stock”.
El libro se recupera en la tercera parte que lleva como título “Melchor”: aunque persisten algunos de los problemas de la parte anterior, sin embargo los relatos parecen encaminarse mejor, y recuperarse a tiempo del caos reflexivo. Resulta favorable el cambio del tono narrativo, ya no es la veloz asociación de ideas y el desprecio por los tiempos narrativos de la primera parte (para bien) y de la segunda parte (para mal); afortunadamente, porque contar todo siempre de la misma manera es algo que suele saturar. Hay un escritor más ponderado que permite otros enfoques narrativos como el de “Salvador”, un muy buen relato con un preciso cameo histórico y de costumbres, vicios y tradiciones religiosas nacionales de fondo, y “Melchor”, que si bien padece del defecto de la disgresión y del alargamiento excesivo, también resulta una buena historia que incluye un retrato perfecto de un personaje inclasificablemente sórdido, malévolo y desgraciado.
En las partes más endebles hay demasiada primera persona, abuso del yo, e innecesarias intromisiones de opiniones del autor en el relato, cosa que se dosifica mucho mejor, e incluso se evita, en los mejores pasajes del libro. En los relatos de la tercera parte, Julio Vera demuestra que, si bien conserva una línea narrativa, es un escritor con recursos, capaz de narrar de manera múltiple y diversa.
En un balance general, un muy buen libro, sobre todo por su excelente primera parte, y la tercera. En sus mejores momentos desarrolla una prosa muy ágil, divertida, con asociaciones súbitas e imprevistas, un deleite para el lector, conjugando lo que es el contar la historia con un lenguaje coloquial que imita las formas populares o el habla común. La forma narrativa de fusión de relato y recreación del habla popular y/o cotidiana, fue elaborada de manera magistral por Joyce en Ulises, y tiene algunos ejemplos notables en la literatura latinoamericana como el de la novela Tres tristes tigres del cubano Guillermo Cabrera Infante. Es para celebrar en el panorama narrativo nacional un lenguaje tan propio como el del autor de Es Londres, G.