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La nieve entre los dos[1]

Una poética del dolor

Por Luis A. Fleitas Coya

Vaya si La nieve entre los dos (Uruguay, Suecia, Chile, 2024) constituye toda una experiencia sensorial. Con imágenes y sonido –la esencia en definitiva del arte cinematográfico- conjugados de manera excepcional,  Pablo Martínez Pessi, su director, logra dotar a este documental de una fuerza emocional arrasadora.

En el comienzo la cámara muestra un tren recorriendo los paisajes helados, nieve, pinos, montañas, mientras se va acercando al círculo polar ártico para llegar a un lejano poblado, Kiruna, en el extremo norte sueco. En un vagón, una mujer madura recortada contra el vidrio de la ventanilla tras el cual se desliza velozmente el blanco y fantasmal paisaje. La película juega con el blanco y el negro, la escasa luz,  el interior del vagón y la blancura exterior, la ambivalencia del claroscuro. En ese clima de introspección e intimismo, la voz en off de la mujer evoca las decenas de cartas intercambiadas de niña con su padre, preso catorce largos años en el lejano Uruguay de la dictadura; lee párrafos de esa correspondencia, recuerda, evoca, y a la par reflexiona valiéndose de la escritura de una nueva y última carta. También se escucha al padre leyendo sus propias cartas, en la voz del actor Diego Castro. El talento narrativo fílmico del director no necesita explicitar ni utilizar eslóganes o consabidos lugares comunes, para que la lejanía espacial -más de trece mil quilómetros entre esos parajes y Uruguay-, y temporal –los cincuenta años transcurridos hasta ahora desde los remotos años de prisión del padre recién liberado en marzo de 1985-, se proyecte como una sustancia que impregna la película acentuando la melancolía, la amargura y  el dolor. Para ello hay claros y poderosos símbolos en los que el film se detiene remarcándolos, como la nieve, la blancura, o el perro siberiano.

Son tres las hijas de Juan José Noueched –Inés, Claudia y Verónica- que debieron huir al exilio sueco, niñas, con su madre María Dolores Escande, pero es la mayor, Inés, quien cuenta la historia; tuvo el tesón y la constancia de atesorar las cartas, guardarlas, y vivir con ellas, hasta sentir que debía hacer algo con ese material, dar a conocer el extraordinario mundo íntimo que refleja la correspondencia entre un hombre soportando penosamente duros e interminables años de prisión, desesperación y abatimiento, y su pequeña hija que involuntariamente asume un rol adulto de contención de su padre, auto imponiéndose la obligación de escribir metódica y tenazmente las cartas y trasmitir esperanzas y alegrías que ella sintió que debía trasmitir, transformándose en cómplice y respaldo, y aún más, siempre apurando y exigiendo a sus otras dos hermanas para que también escribieran.  La mujer que hoy nos habla, Inés, lo hace desde su satisfacción de hija por el importante deber cumplido, pero también –y he ahí uno de los puntos más altos del film- haciendo aflorar sus sentimientos de niña abrumada por la responsabilidad, sentimientos que solo podía procesar entonces para sus adentros, al mismo tiempo que la imagen y los recuerdos del padre se le iban borrando con el paso del tiempo.  Al punto de llegar a sentir que su padre era un extraño a quien no conocía, salvo por las fotos que se conservaban.

Un encuentro entre las tres hermanas, fotografiado hermosamente entre los árboles frente a un lago, permite que las otras dos también aporten sus testimonios. La épica de la libertad se acabó pronto, dice Claudia Noueched;  al salir del Penal de Libertad, su padre resolvió ir a Suecia, donde la convivencia fue muy difícil y estallaron los conflictos entre ambos. Ella era apenas una adolescente; él, un hombre con traumas y desequilibrios psicológicos fruto del cautiverio. “Cuando resolvió volver a Uruguay, para mí fue un alivio” cuenta Claudia. Verónica en cambio se muestra bastante más reservada.

Hay una ausencia indisimulada, la falta de voz o testimonio de la madre apenas mencionada en los créditos finales, pero el film sí incluye al propio Juan José Noueched –el Manco, protagonista de un relato de Eduardo Galeano, “La burocracia/1” del Libro de los abrazos, que se cita en la película en el que la falta de brazo tiene un rol fundamental-, viajando a Suecia en el 2019, arribando al aeropuerto de Estocolmo, reencontrándose con sus hijas, paseando con ellas, y confraternizando con sus familias. Es el adiós, pero nosotros no lo sabremos hasta el final de la película. Tampoco lo saben los protagonistas. Recién cuando se enciendan las luces de la sala podremos apreciar en retrospectiva el significado y sentido de esas imágenes, que nos seguirán rondando una y otra vez.

La película está muy lejos de ser una mera crónica familiar y de reencuentros. Por el contrario, si algo es, es una crónica de la separación y la pérdida y sus secuelas para siempre, restañadas apenas y como han podido por esas niñas-mujeres y su padre. Las hijas resolvieron no juzgar a sus padres por sus opciones políticas e ideológicas y por su enrolamiento en la lucha guerrillera que los llevó a la prisión, y a ellas al exilio, dicen. Pero para ellas el cautiverio no tuvo nada de glorioso, ni la separación y la ausencia del padre, ni los largos años dolorosos; ni siquiera el después. Tuvieron que construirse una nueva vida en un nuevo país, forjándose un destino y sus respectivas familias, y a eso se aferraron con uñas y dientes. Lo otro es dolor, dolor y más dolor. Nieve, nieve, nieve.

Hay varios testimonios sobre las vicisitudes de niños en aquellos años aciagos, tales como los recogidos en los recordadas «Los ojos de los pájaros» (film de Gabriel Auer de 1983), «Memoria para armar» (libro colectivo en tres volúmenes, Senda, 2001-2003, y adaptación para teatro puesta en escena en 2002 por Horacio Buscaglia y en 2023 por María Varela), o «Tus padres volverán» (película de 2015 del mismo director Pablo Martínez Pessi). Esta película sobre niños exiliados lo hace con una enorme carga de autenticidad y profundidad. Los encuadres, la edición de imágenes, la subjetividad del montaje, muestran a un director de una gran sensibilidad y talento, capaz de transformar un documento fílmico en una poética que sacude y que lacera, logrando rescatar de la intimidad y del pasado hechos que duelen hasta el presente.


[1] La nieve entre nosotros. Uruguay, Suecia, Chile, 2024. Dirección: Pablo Martínez Pessi. Guión: Pablo Martínez Pessi. Fotografía: Andrés Boero Madrid, Pablo Martínez Pessi. Música: Cecilia Trajtenberg. Montaje: Cecilia Trajtenberg, Pablo Martínez Pessi. Sonido: Roberto Espinoza (Sonamos), Christoffer Baeza. Productores ejecutivos: Pablo Martínez Pessi, Paola Castillo, Mónica Hernández Rejón. Elenco: Inés Noueched, Juan José Noueched, Claudia Noueched, Verónica Noueched, Diego Castro, Carolina Cuevas. Duración: 83 minutos

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