Pepe Vázquez se despide con grandeza
La última grabación de Krapp. Autor: Samuel Beckett. Actor: Pepe Vázquez. Dirección: Jorge Denevi. Teatro El Galpón, Sala Atahualpa. 16 y 17 de setiembre de 2023.
Luis A. Fleitas Coya
Irlandés por nacimiento, parisino por elección, escritor por antonomasia del teatro del absurdo del siglo XX, narrador, poeta, dramaturgo, crítico y ensayista, Samuel Beckett (1906-1989) es autor de una obra teatral difícil y áspera, que exige al espectador. Sobre su obra se ha escrito y se ha polemizado tanto ya, que parecería imposible poder caracterizarla en pocas palabras. Sin embargo algunos rasgos son útiles para enfrentar obras tan desconcertantes como La última grabación de Krapp (Krapp’s last tape).
En primer lugar, el pesimismo radical de Beckett en relación a la condición humana en todos sus aspectos. Ninguna esperanza, eterno tedio, repeticiones interminables, monotonía, grisura, es lo que hay en sus obras mayores como Esperando a Godot, Fin de partida, o Días felices.
En segundo lugar, el pesimismo como fruto del nihilismo de Beckett, de su convicción de la esterilidad e inutilidad del pensamiento lógico. La verdad última que explica el universo está más allá de la comprensión humana, parece decirnos Beckett, y por tanto la realidad es algo carente de sentido. El pensamiento es inútil; los actos humanos carecen de explicación. Por eso en sus obras los sucesos de la vida constituyen una cadena monótona sin significado ni finalidad alguna. Así, en Esperando a Godot, Godot no llega nunca, pese a los diálogos entre Vladimiro y Estragón nada sucede, y el monólogo de Lucky es una parodia del pensamiento científico y del razonamiento lógico, y en Fin de partida, el ajedrez pasa a ser un juego ilógico e insoluble entre un caballo de movimientos aleatorios, dos peones estáticos y un rey impotente, en el que los jugadores Hamm y Clov realizan jugadas que se repiten indefinidamente una y otra vez.
En tercer lugar, la irreligiosidad y el ateísmo confesos de Beckett le resta toda finalidad y explicación metafísica, deística o religiosa a sus obras, como ocurre con Esperando a Godot pese a sus múltiples alusiones bíblicas, a dios y a los evangelios, empezando por ese personaje que nunca aparece, Godot, y su equívoco por ambiguo nombre (God, dios), y siguiendo por la discusión entre Vladimiro y Estragón sobre los dos ladrones crucificados con Jesús. De los cuatro evangelistas que supuestamente estuvieron presentes en el momento de la crucifixión, solo uno de ellos afirma que uno de los ladrones se salvó, y pese a ello, sostiene Vladimiro, todo el mundo le cree a ese único evangelista, a lo que Estragón contesta: “La gente es idiota”. El mundo de Beckett es un mundo sin dios, sin lógica y sin esperanza.
En cuarto lugar, el minimalismo de Beckett, es decir su lenguaje absolutamente despojado y mínimo, que lo fue llevando a escribir obras teatrales cada vez más concentradas y elementales en cuanto a estructura, desarrollo y personajes, como es el caso de La última grabación de Krapp o el caso extremo de Breath (Aliento) de solo 35 segundos de duración y sin personajes. Beckett adoptó esa forma huyendo de la influencia de su compatriota y maestro Joyce y el esplendoroso y monumental desarrollo lingüístico de sus grandes obras, Ulises o Finnegan’s wake, al lado del cual Beckett comprendió que solo palidecería, y abandonando la posibilidades expresivas del idioma inglés, que según manifestó lleva a la poesía, adoptando como idioma de escritura el francés, más despojado y más escueto según también su lo declarara.
La última grabación de Krapp estrenada en 1958 es un compendio de todas esas características distintivas en la obra de Beckett. En un espacio despojado, en cuyo centro solo hay un escritorio o mesa con cajones sobre al cual hay varios objetos entre ellos un magnetófono o grabador con micrófono y varias cajas con bobinas con cintas grabadas, Krapp, “un viejo deformado” y mal vestido con la ropa manchada (así lo señala el autor en el texto), realiza durante largos minutos una serie de actos como abrir y cerrar los cajones, pelar y comer una banana, mondar otra y arrojar la cáscara al suelo, revisar objetos, y un largo etcétera exasperante, siempre en silencio. Finalmente comienza a hablar de forma muy entrecortada, mientras revisa en un libro anotaciones y busca hasta que encuentra la caja tres y dentro la bobina cinco; en el libro, que indica los contenidos de cada bobina, Krapp lee, siempre de forma entrecortada: “Mamá por fin en paz…La pelota negra…La criada morena…Ligera mejoría del estado intestinal…Equinoccio memorable equinoccio…Adiós al amor”.
A partir de ahí comienza el desarrollo de la obra: Krapp coloca la cinta en el aparato y comienza a oír su propia voz, treinta años antes, cuando tenía treinta y nueve años. Sucesivamente nos vamos enterando de datos fragmentarios y aislados: las grabaciones corresponden a sus cumpleaños, pero ésta, la número cinco de la caja tres, es la que Krapp busca por razones especiales. Interrumpe y reinicia la grabación, vuelve atrás, dialoga con ella grabando una nueva cinta.
Se ha dicho que esta es la más autobiográfica de las obras de Beckett. Reconocemos al autor en el alcoholismo (el 40% de su vida activa dilapidada en las tascas, dice el texto) y el gusto por la soledad de Krapp, en las referencias a la muerte de su madre y a su vida sexual, en su condición de escritor que celebra su cumpleaños a solas en una taberna escribiendo una nota en el dorso de un sobre, en su rememoración de los diecisiete ejemplares vendidos a precio de mayorista a bibliotecas municipales en sus inicios cuando iba en camino de ser alguien, y por sobre todo en la revelación (milagro o fuego que abrazó su vida, dice) que tuvo en una noche de marzo en el extremo de un muelle cuando vislumbró que la oscuridad que tenía dentro y que siempre había rechazado era lo esencial en él y lo que constituía el meollo de su obra.
Se ha dicho también que es su obra más lírica. Krapp señala al comienzo uno de los temas de la bobina cinco de la caja tres: “Adiós al amor”, y luego escucha una y otra vez el pasaje de la barca bogando hacia la orilla en que él se despide de la mujer tendida sobre las tablas del fondo, mientras permanecen acostados juntos, y todo se mueve, y la melancólica y poética reflexión final: “Pasada medianoche. Jamas conocí silencio semejante. Como si la tierra estuviese deshabitada”. Así también Krapp indica en el final: “Quizás mis mejores años han pasado. Cuando existía alguna posibilidad de ser feliz”.
Sin embargo, el mismo Krapp se encarga de dinamitarlo todo: “Pero ya no querría tenerla otra vez”, dice. Es la misma decepción y el mismo negativismo que lo lleva a decir y a repetir, riéndose de sí mismo, que no puede creer lo cretino y estúpido que él era a sus treinta y nueve años, y que por suerte todo eso ya había pasado, y que lo mejor era que toda esa “vieja carroña de planeta”, toda la luz y toda la oscuridad, desaparezcan de una vez. ¿Qué significa un año? “Bolo ácido y tapón en el culo”, dice Krapp.
Imposible mayor negatividad pesimista. Nihilismo puro, en fin.
¿Por qué Pepe Vázquez, nuestro reconocido, querido y admirado Pepe Vázquez, elige para despedirse tamaña obra, que desconcierta al público y deja a más de uno lamentándose de haber ido, de los diez minutos de gestos sin palabras, de los quince minutos de voz en off de la cinta, de los escasos treinta minutos de duración de una obra que lo ha dejado perplejo?
Pepe es un inmenso actor, con una carrera formidable de sesenta y cinco años sobre las tablas y en televisión, en el teatro independiente, en la Comedia Nacional, en Uruguay y en varios países de América Latina. Ha brillado por igual en roles cómicos como dramáticos, deslumbrando a varias generaciones de espectadores. De los innumerables personajes y obras que ha interpretado, pueden señalarse más o menos al azar, algunos inolvidables como Tartufo (1987, El Galpón), El viento entre los álamos (2005, Comedia Nacional), o el Willy Loman en Muerte de un viajante (2000, Comedia Nacional). A sus 83 años, con su proverbial sentido del humor, utilizando un modismo cubano, dice “Ya está bueno”, para finalizar su carrera de la mano de su compinche Jorge Denevi, con La última grabación de Krapp. Primero con funciones con localidades agotadas en la sala Delmira Agustini en el Teatro Solís, y ahora con dos únicas funciones en la sala Atahualpa del teatro El Galpón. Su actuación, como no podía ser de otra manera es descollante en la composición de un Krapp degradado y repulsivo tal como lo exigía la obra, con un sentido exacto de los silencios y las interrupciones súbitas, los enlentecimientos y las aceleraciones, las pausas y los gritos estentóreos. Aún con imposibilidades motrices, Pepe hace gala de un sentido del tempo teatral envidiable en una obra en que las dificultades del entrecortamiento y los saltos del texto son escollos casi insalvables, mérito que por supuesto comparte con otro maestro, el director.
Al finalizar la última función, el domingo 17 de setiembre, luego de los aplausos, Pepe se incorpora con dificultad y comienza a balbucear algunas palabras, tal vez dominado aún por la emoción que embarga a los actores apenas terminada una obra durante un breve lapso posterior a tener que abandonar su personaje, o tal vez sacudido por el momento que estaba viviendo. Pero pasados esos instantes, Pepe retoma la templanza y el dominio escénico y se dirige al público que lo escucha de pie en las gradas, enhebrando reflexiones y anécdotas con su talento y su gracia inigualables, como aquella del taxista que no podía recordar su nombre pese a que le decía que lo veía siempre actuar con su mujer Imilce Viñas, hasta que le dice que ya se acordó de su nombre y que es “Pepe Viñas”. Varios actores de El Galpón lo rodean para decir algunas palabras en su homenaje, y también se acercan figuras del ámbito teatral que estaban presentes entre el público, entre ellas, Estela Medina. La emoción a esa altura ha ganado a todos por igual, actor, compañeros y público, en un instante único.
Más antes que eso, Pepe ha tenido algunas palabras para su director Jorge Denevi, convaleciente de un percance de salud, y ha puesto al aire un mensaje grabado en relación a la obra, en el que Denevi sostiene que el gran tema de La última grabación de Krapp es el amor, y que es una obra a la que “hay que dejar venir”. Y es cierto. Pese a toda su amargura, su fragmentariedad, sus idas y vueltas, su apariencia inextricable, su falta de explicaciones y de datos, su estructura y su texto deliberadamente con apariencia confusa, y sintética al extremo, y sus frases interrumpidas e incompletas, aún sesgada por el desaliento y la agria mirada del protagonista, el trasfondo de la obra de Beckett emerge lentamente, como si se tratara de un poema complejo y oscuro cuyos entresijos nos permiten vislumbrar la vastedad de la desolación por la pérdida del amor, cual el silencio enorme de la tierra deshabitada, y en medio de la perennidad de la vida y de lo superfluo, el grano, es decir aquellas cosas que aún valdrán la pena cuando la totalidad del polvo haya arraigado como afirma el Krapp más jóven. Y claro que cuando ese viento nos alcanza, nos golpea en el plexo solar.
Pepe Vázquez de la mano con Jorge Denevi, eligió esta obra para su despedida, únicamente debido a su gran talento y a su enorme amor por el teatro, que lo hace comprender que pese a la apariencia avara, enrevesada y arisca, casi salvaje, La última grabación de Krapp, es una de esas obras maestras teatrales difíciles de entender pero capitales. Pepe Vázquez podría haber elegido entre una enorme cantidad de opciones del repertorio teatral, otras obras que seguramente le hubieran acarreado el aplauso mucho más fácil del público. Había que ser muy arriesgado y muy valiente para despedirse nada más ni nada menos que con una obra que genera rechazo e incomprensión a granel.
Pepe lo hizo, demostrando su enorme entereza y dignidad artística y personal. Lo seguiremos aplaudiendo siempre. De pie, por supuesto.