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José Sacristán, una leyenda en Montevideo

Luis A. Fleitas Coya

  Señora de rojo sobre fondo gris. Autor: Miguel Delibes. Adaptación teatral: José Sámano, José Sacristán, Inés Camiña. Actor: José Sacristán. Dirección: José Sámano. Teatro El Galpón, Sala César Campodónico.  12,13 y 14 de agosto de 2023

                 A sala llena, con las 776 plazas de la sala César Campodónico prácticamente colmadas, en una tercera función agregada el lunes 14 de agosto, José Sacristán descolla.  

                 En un extenso monólogo de casi noventa minutos, el icónico actor se apropia del escenario y de la vasta sala desde la delgadez de su magra figura de ochenta y cinco años, imponiéndose con su vozarrón y un dominio escénico formidables.  Su personaje, el pintor Nicolás, a la vez que protagonista es la voz narrativa de la historia, y ello le permite al actor, siguiendo el texto, explorar con enorme destreza y contención la subjetividad de sentimientos y reflexiones de Nicolás, y alternar el relato de los hechos.

                “Señora de rojo sobre fondo gris”, publicada en 1991, es una novela desgarradora escrita por Miguel Delibes (1920-2010) para conjurar desde la ficción, diecisiete años después, la inesperada muerte de su esposa Ángela De Castro ocurrida en 1974. La adaptación para teatro  resume  la trama de la novela en un zigzagueante texto monologado yendo desde el presente hacia el pasado y regresando al presente, de manera continua y muy eficaz, al punto que la tensión dramática nunca decrece para el espectador atornillado a su asiento por una historia que lo sobrecoge y lo atrapa durante una hora y media,  siguiendo el retrato de la belleza y la luminosidad positiva y creativa de Ana, su sentido cotidiano de la felicidad,  quien “con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”  como la define Nicolás; así como  los primeros síntomas casi imperceptibles, imprecisos y vagos de la enfermedad, los posteriores meandros de consultas, análisis y diagnósticos, y el devastador final que sobreviene inexorable.  La obra no se limita a Nicolás y la enfermedad de  Ana, sino que a partir de la detención de su hija y del esposo  muestra la represión existente en la España franquista, el temor, la tortura, la cárcel de Carabanchel, e incorpora también como telón de fondo  histórico los últimos años de Franco, su enfermedad y su muerte. Pero Delibes es un gran escritor y sabe mostrar al lado del drama individual e histórico, la sonrisa, la ironía, el escepticismo desencantado, la nostalgia por el amor, y hasta el desesperado y absurdo optimismo que suele asaltar a los seres humanos como recurso grotesco en las instancias cruciales.

           Sobre las tablas José Sacristán se encarga de todo. Utiliza su voz extraordinaria como un instrumento sin igual, la eleva, grita, o susurra casi, y en  medio, todos los matices posibles. Reproduce conversaciones, modula y matiza según sea el personaje que habla, él, el mismo Nicolás o su esposa, o su hija, o los médicos, o el pintor  que pinta el retrato de Ana. Es conmovedoramente dramático, reflexiona con sorna sobre su alcoholismo, se ríe, la pena lo empuja al llanto,  con una gracia descarnada  describe a una columna de médicos que se le acercan haciendo hincapié en el detalle de un zapato que chirría.  Sin parar, camina, se pasea, se sienta, gestualiza,  se detiene en la boca del escenario y le habla de frente al público, luego le da la espalda, vuelve. Hace gala de toda la enorme gama de recursos a su alcance y de su carisma sin igual, para subyugar al público y lo consigue. Imposible pensar que tenga la edad que tiene. Es el gran, el legendario Pepe Sacristán, uno de los más grandes actores españoles junto el también recordado Fernando Fernán Gómez, el protagonista de innumerables series, obras teatrales e inolvidables películas como Solos en la madrugada,   Asignatura pendiente, Un lugar en el mundo, el que produce admiración, afecto, respeto.  Es un privilegio verlo en vivo.

              La escenografía es despojada. Apenas un taburete alto, una mesa, sillas, un sofá, un mueble con estantes, vasos con whisky,  un libro. Sobre el final se iluminará el retrato de la mujer con vestido rojo, collar de perlas y guante hasta el codo, que fue realmente pintado por el pintor García Benito en 1962, actualmente restaurado y en exposición en Valladolid, ciudad de origen de Miguel Delibes.  Mirando el retrato y de espaldas al público el actor baja la voz y dice las palabras postreras de Nicolás: ya no tendrá quien le ahuyente sus miedos. Se apaga la luz. Fin de la obra con la emoción expandiéndose sobre el público.

              Sin embargo algo ha entorpecido y ensombrecido el espectáculo. Ya antes del inicio, la voz del propio Sacristán alerta a los espectadores sobre apagar los teléfonos celulares y guardarse de no toser. Apenas comenzada la obra, ya sobre el escenario empezará a realizar un ritual extraño y chocante ante una tos aquí o allá:  se paraliza, deja de hablar, atisba hacia el público buscando en la oscuridad al impertinente o insolente con mirada fulmínea, para luego de unos instantes de silencio y un gesto de fastidio, retomar el monólogo.  Si eso se produjera una vez, vaya y pase, pero resulta que el actor repite la práctica una y otra vez,  deteniendo la obra a cada rato, no menos de diez o veinte veces, algo que al final deja de ser algo comprensible para tornarse una molestia para el público.  Y para colmo, una vez apagadas las luces y recibidos los aplausos, otra vez la monserga, el actor agradece los aplausos e inesperadamente dice que hubiera esperado que los espectadores hubieran tenido mejor salud. Los medios de prensa informan que otro tanto ha ocurrido en la presentación de la obra en Buenos Aires, y la crítica española reseña idéntico fenómeno, señalando la fobia del actor a las toses, e incluso que sería una enfermedad denominada labilidad emocional.

               ¿Fobia del actor, enfermedad, malhumor? Sabíamos de su malhumor proverbial, pero no que se hiciera tan patente en un espectáculo teatral, una especie de toreo o reprimenda constante a un público multitudinario que lo ha ido a ver con inusual interés y expectativa. De parte de un actor de su trayectoria y su experiencia se trata de algo incomprensible, pues enfrentarse a un foro teatral cerrado y repleto de gente implica enfrentarse a casi ochocientas personas durante una larga hora y media,  y por más respetuosas que éstas sean, es imposible que no existan toses, carraspeos, ruidos, que los actores saben sortear para poder seguir adelante con la obra que representan.  No parecería tratarse de un caso de divismo exagerado y extravagante, y cabría plantearse si será una suerte de estética teatral del actor, de parar a conciencia el espectáculo para desdoblarse ante el público y  procurar el famoso postulado brechtiano de distanciamiento del espectador frente a la fantasía que se le está mostrando.   Si eso fuera así, sería para aplaudir; si no, es solo un atrabilario y avinagrado malhumor.

                La crítica española señala con resignación que es parte de la leyenda del actor (Vicente I. Sánchez, http://www.cinenuevatribuna.es/articulo/magazine/senora-rojo-fondo-gris/20221126194503017794.amp.html ).

                Por aquí, acostumbrados a un teatro republicano y austero, resulta más difícil de digerir.

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